Inicio Grandes Circuitos PGA Tour Aquellos dos chips prodigiosos que abrieron nuevos horizontes

Aquellos dos chips prodigiosos que abrieron nuevos horizontes

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Gary Woodland en el US Open de 2019 en Pebble Beach. © Golffile | Fran Caffrey
Gary Woodland en el US Open de 2019 en Pebble Beach. © Golffile | Fran Caffrey

La situación que hoy tenemos en la ronda definitiva del Charles Schwab Challenge no puede ser más apretada y emocionante: catorce jugadores partirán en un margen de tres golpes con serias opciones de victoria, además del iluminado de turno que pueda sumarse viniendo desde atrás y dejando un resultado muy bajo antes de que lleguen los últimos partidos.

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Quien más, quien menos, andará haciendo sus quinielas, subrayando algunos nombres y tachando otros. Y reconozcámoslo: en otro tiempo no tan lejano, y en otras circunstancias, el de Gary Woodland hubiera sido uno de los primeros en descartarse.

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El jugador de Kansas irrumpió hace una década en la primera fila del golf mundial con una credencial por encima de cualquier otra, la de pegador descomunal. Lo era, desde luego. Y lo sigue siendo, pues a pesar de la llegada de grandes bombarderos al circuito en los últimos años, el sigue apareciendo arriba en esta estadística cada temporada, sin excepción. Además, ya se hablaba de un magnífico jugador de hierros -siempre lo ha sido, ayer y hoy- y desde Estados Unidos no dejaban de repetirnos: veremos qué pasa el día en que Woodland se maneje un poquito mejor alrededor de los greenes y con el putt… Sentencia a la que había que añadir una coletilla: veremos a ver qué pasa también cuando este jugador sea capaz de endurecer su mentalidad, porque no era precisamente un killer en la hora de la verdad.

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Es curioso. Por un lado, Woodland lleva instalado cómodamente en el top 100 mundial desde hace siete años, pero el primer gran salto de calidad, con los números sobre la mesa, llegó hace dos años (temporada 2017-2018) de la mano de una mejora drástica en el porcentaje de calles cogidas desde el tee, mientras que sus estadísticas en los greenes y alrededores seguían siendo grises, en líneas generales. Seguía yendo igual de largo, pero su bola estaba más veces en juego. Ahora sí, al fin, era un ball striker temible.

El chip prodigioso de Woodland en el 17 de Pebble

Por otro lado, el salto crucial a otro nivel, a otra ‘pantalla’, el que nos hace considerarlo como candidato consistente a la victoria esta noche, se dio el 16 de junio de 2019 en la última ronda del US Open en Pebble Beach que ganó. Hace pues casi un año. Se debió a un proceso de mejora que ya venía tejiendo en el plano mental, el de la confianza, eso es seguro, pero se encarnó en dos acciones concretas de scrambling, recuperaciones alrededor del green, que tuvieron lugar en aquella ronda de golf. Una dio la vuelta al mundo y otra no. La que dio la vuelta al mundo, por el momento y la extrema dificultad, fue aquel chip prodigioso que produjo en el 17 de Pebble desde el mismo green.

Refresquemos la memoria y recompongamos el contexto exacto. En aquel momento, una vez había pegado desde el tee del 17 un disparo errático, Woodland ya sabía cómo había acabado Koepka la vuelta -iba en el partido de delante, pero con mucho terreno ganado- y que él tenía dos golpes de ventaja. Le valía, así pues, el bogey en el 17, para salir a jugar el 18, par 5, sin la obligación de hacer el birdie para llevarse el torneo. En la posición en que se encontraba su bola no tenía mucho margen de acción, pero desde luego escogió la opción más complicada técnicamente, que por otro lado era la única que casi podía asegurarle el par en aquel hoyo, pero también la que metía decididamente en juego la posibilidad de un doble bogey que podía haber resultado fatal. Hasta el menos avezado de los jugadores aficionados sabe que ese tipo de chip, desde el green, hay que hacerlo perfecto. No admite siquiera un error milimétrico y la sombra del ‘sapo’ o del filazo se hace extremadamente alargada, incluso para los mejores del mundo, máxime en tal escenario y situación.

Woodland, como bien se recordará, estuvo a punto de embocar y se dejó el par casi dado.

La recuperación de Woodland en el 13 de Pebble Beach

La recuperación cuya imagen no dio la vuelta al mundo, pero que en realidad fue tanto o más importante, tuvo lugar en el hoyo 13. Fue un chip rodadito que no tenía ni por asomo tanta dificultad, pero al que se enfrentó en un momento crítico. Después de jugar de forma sobresaliente los primeros ocho hoyos con un parcial de dos menos, su juego comenzó a perder consistencia: fallaba la salida en el 9, donde le cayó un bogey; fallaba la salida en el 11 -aunque solventó con maestría la situación y aún pateó para birdie- y el tiro desde el tee en el par 3 del 12, donde le iba a caer otro bogey, tampoco era nada bueno, más bien todo lo contrario. Su juego se estaba desmoronando, era evidente y, por si faltaba la confirmación, acto seguido pegaba su peor drive del día en el tee del 13, fallando groseramente la calle unos veinte metros a la derecha…

Tuvo suerte, porque aquella bola caía en zona de paso y no se hundió en el rough completamente, y la aprovechó, completando la faena con aquel chipecito rodado con el que se dejaba dado el par (no anduvo lejos de embocar para birdie). No era de dificultad extrema, pero tenía lo suyo, con greenes tan rápidos y con su juego haciendo aguas. Aunque nunca lo sabremos, otro bogey, tal y como venía, probablemente le hubiera costado el torneo. Sin embargo, con aquella acción, aquel chip, cortó la hemorragia.

(El resumen del hoyo 13 se puede ver a partir de los 11 minutos y 28 segundos).

Desde entonces, Woodland, de 36 años, mira al mundo de otra manera. Y el mundo, desde luego, lo mira a él también de otro modo. El de Kansas pertenece hoy a la categoría de jugadores a los que se ve capaces de ganar cada año, incluso más de uno y de dos torneos. De momento, nunca lo ha conseguido.