Hoyo 17. Cae la tarde en Riviera. Jon Rahm (-9) pega en este par 5 el segundo tiro a unos 245 metros de la bandera y su bola, que va abriendo algo más de la cuenta y que además ha salido como un misil, rebota en la grada posterior del green y, tras recorrer graciosamente un trecho por el rough, saluda a un bunker, lo regatea, entra en el green, ya bien templada, y se para a un metro del hoyo. El asunto, como bien puede imaginarse, termina en eagle.
Antes de que se diera esta carambola cósmica habían ocurrido muchas cosas. Después de un arranque eléctrico, con un eagle improbable en el hoyo 1 (había fallado la calle claramente por la derecha y desde allí es muy complicado visualizar la opción de un eagle), el día se le estaba torciendo a Jon. La jornada, en general, estaba siendo bastante más dura, con los greenes de Riviera mucho más firmes, pero es que además al español no le salía casi nada. Ni iba seguro desde el tee, ni tampoco los hierros eran precisamente esplendorosos, ni el putt le sacaba de aprietos, casi más bien todo lo contrario…
Apuntemos la confirmación incuestionable de que la jornada era de perros: En los primeros ocho hoyos Rahm no había cogido ni una sola calle, pero al fin sí lo hacía en el hoyo 9, donde se dejaba un tiro franco desde el centro de la calle a una bandera que estaba a poco más de cien metros… Pues bien, salía de allí con el tercer bogey del día a cuestas después de fallar el segundo disparo y posteriormente un putt de algo más de un metro.
¿Qué fue? ¿La salida del hoyo 12, uno de los dos hoyos más difíciles del del campo, donde el vasco se comprometía al ciento por ciento con el golpe de salida y lo clavaba? El caso es que tampoco había podido recuperar terreno en los hoyos 10 y 11, dos de los más propicios del recorrido californiano, pero algo cambiaba inmediatamente después. Algo encontró… Si, probablemente fuera la salida en el 12, porque dese ese momento el panorama se transformaba radicalmente. Ahora, cada salida era un trueno y cada hierro llevaba intención venenosa. No caería el birdie en el 12, pero sí lo iba a hacer en el 13. Y hasta en el 14, un par 3 en el que Jon jamás había hecho un birdie, nunca en las anteriores 17 rondas de competición en que lo había jugado. En el 15 se le escapaba por muy poquito, pero en el 16, último par 3, lo amarraba con otro hierrazo desde el tee.
A continuación vendría la carambola cósmica, un golpe de suerte que, oiga usted, se había ganado antes a pulso, masticando con paciencia la frustración y acertando a regresar a la buena senda a base de actitud y coraje. En fi,, con todo lo visto y vivido, todavía se iba a llevar un sabor agridulce del campo, firmando un traicionero bogey en el 18 que le birlaba el liderato.
Allí arriba, poniendo a todos en fila, está Max Homa (-10), que ahora mismo está tocado por una varita (vaya los pares que salvaba en los hoyos 12 y 16, para terminar firmando un 68). Va a ser un hueso duro de roer para el fin de semana. Es el actual Número 2 de la Fedex Cup y sólo tiene por delante a un tal Jon Rahm. Por algo será que no dejan de citarse en las alturas. El ‘morrosko’, en realidad, no deja de encontrarse cada sábado, cada domingo, con los huesos más duros de roer del momento, porque es él quien nunca falta a la cita en este año 2023. ¿Y qué decir de la pelea que también ha quedado planteada por el trono mundial? Porque resulta que el actual Número Uno, Scottie Scheffler (-4), tampoco está nada mal colocado de cara a los últimos 36 hoyos, y Rory McIlroy (-6) es sencillamente un candidato más al triunfo.
Los demás, ordenadamente, se van turnando. Esta semana, por ejemplo, también parece que sea Collin Morikawa (-8) quien vuelva a la carga. O Patrick Cantlay (-7). Y es Jon quien los espera pacientemente a todos, se pelea con todos, y así pasan los días, los torneos, las semanas…
