Inicio Grandes Circuitos PGA Tour El embrujo de Medinah 3.752 días después…
La remontada del español recuerda a la gesta de Europa en la Ryder Cup de 2012

El embrujo de Medinah 3.752 días después…

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Kaymer Olazábal
Martin Kaymer y José María Olazábal celebran la victoria en la Ryder de 2012 en Medinah. © Golffile | Collum Watts

Las remontadas en golf y el trasnoche van de la mano a veces. Y el disfrute es tal cuando ganan los tuyos, o el tuyo, que el sueño no te vence porque se te disparan las hormonas como cuando la adrenalina afecta al control del golpe de un jugador. ¡Virgen santa lo que ha hecho Jon Rahm! No sólo nos tuvo en vela, sino que nos desveló y nos puso los ojos como platos. «No puede ser, es imposible», mascullábamos todos desde casa (ya iremos a Hawái alguna vez). Pero fue posible y la utopía, la quimera, la hazaña, la gesta (sigan, sigan)… se hizo carne. Madre del amor hermoso. A este chico de 28 años, como a Rafa Nadal, no le gusta perder ni a las canicas y lo intenta hasta el último segundo.

El embrujo de Medinah, de la Ryder Cup de 2012, se apoderó de Rahm 3.572 días de la cita de Chicago donde la tropa de José María Olazábal dio la vuelta al marcado en los individuales cuando caía 10-6 tras las dos primeras jornadas. ¿Era de locos pensar en la remontada? Lo era hasta que dejó de serlo y Europa, con ese putt bendito de Martin Kaymer, provocó que los yanquis besaran la lona: 14,5-13,5. Lo que habría dado el campeón de Barrika por haber embocado ese golpe final en vez del alemán.

Rahm no sólo se mira en el espejo de los mejores (Tiger, Seve) para hacer historia y elevar a los altares al golf español como en la época del mago cántabro, sino que pretende lograrlo con heroicidades como la vivida en la cuarta ronda del Sentry Tournament of Champions, derrumbando todo tipo de obstáculos, desplegando un juego descomunal que lo propulse al infinito y mengüe, achique, hunda a cualquiera que se le ponga por delante. Le sucedió a Collin Morikawa como le pudo ocurrir a otro. «Es una mierda», dijo afectadísimo, normal, el californiano al concluir su particular calvario, un hondo dolor que tardará un tiempo en sanar porque esto no se olvida pronto.

El semblante del estadounidense en el tee del 18 observando en lontananza cómo le clavaba la estaca final el español, jaque mate salvo milagro en forma de albatros, me recordó a cuando Roger Federer se echó a llorar después de que Nadal le arrebatara tras casi cuatro horas y media el título en Australia y evitara al genio de Basilea cazar a Pete Sampras con su decimocuarto Grande. «Dios, esto me está matando», afirmó entre sollozos y lágrimas el suizo. El balear, que bien pudo dedicarse al golf, sólo pudo consolar a su ídolo con dos sentidas palabras: «Lo siento». Morikawa no lloró en público, pero en la ducha igual se desfogó.

Ojalá en septiembre, en la Ryder Cup romana, vuelvan a encontrarse Rahm y Morikawa en los individuales del domingo y Europa consuma otra remontada antológica. Entonces sí que el estadounidense recurriría al vudú para exorcizar los espíritus malignos que afloran cuando su adversario se llama Jon.

PD. Y yo, iluso, que iba a escribir de la presencia de tres surcoreanos (récord) en Kapalua