No una, ni dos, sino tres veces repitió Matthieu Pavon en su comparecencia ante los periodistas tras ganar el Farmers Insurance Open que su mejor posición en el ranking mundial amateur fue algo así como la 800. Esta ha sido su manera contarle al mundo que con ilusión, trabajo, mucho trabajo, muchísimo trabajo, y el equipo adecuado a tu alrededor, se pueden conseguir muchas cosas. En su caso, un sueño que parecía imposible hace apenas once años, cuando debatió consigo mismo de manera muy seria si merecía la pena seguir jugando al golf. Un sueño que también parecía imposible hace poco más de dos meses, con más de 180 torneos del DP World Tour a su espalda y cero victorias.
Fue Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, quien acuñó el término de Zidanes y Pavones para referirse a una era de la historia del club merengue, primeros años del siglo XXI, donde la filosofía era mezclar en la plantilla a los galácticos (Zidane, Ronaldo, Figo, Beckham) con los pavones, jugadores de clase media salidos de la cantera madridista. Para Florentino era la receta del éxito. Si trasladamos esta teoría al golf, no cabe ninguna duda de que Pavon, Matthieu Pavon, pertenecía al grupo de los Pavones.
Pavon nunca fue un gran golfista amateur. Jamás superó el puesto 800 del mundo ni formó parte de los equipos nacionales de Francia. No se dedicó en cuerpo y alma al golf hasta los 16 años. Antes, intentó ser futbolista, como su padre, y no era malo, advierte el galo, aunque lo terminó dejando harto de las odiosas comparaciones familiares (Michel llegó a ser campeón de Francia y jugó, entre otros, en el Real Betis) y la escasa disciplina de sus compañeros. «Yo estaba en forma, me cuidaba, era ordenado y odiaba perder porque mis compañeros salían hasta tarde, bebían y no se preparaban. Fue ahí cuando me di cuenta de que el deporte de equipo no era lo mío, prefería un deporte individual, donde todo dependiera de mí», explica Matthieu.
En este punto, Pavon pasó de quemar la cinta VHS donde estaban los mejores momentos de su padre como futbolista a pegarse a su madre, instructora de golf, y pasar los días de sol a sol en la cancha de prácticas. Empezó tarde y tenía sueños, por supuesto que tenía sueños, pero sus expectativas siempre fueron bajas. Sí, iba creciendo, pero no llamaba la atención. «Nadie me hacía caso, pero era lo normal por mis resultados», explica.
Se pasó a profesional en 2013 y tardó dos años en jugar su primer torneo valedero para el ranking mundial. No ganó en el Alps, ni en el Challenge, pero fue creciendo paso a paso, con mucho esfuerzo, mucha ilusión, una fe enorme y cero expectativas. ¿Te imaginas que algún día juego el Masters? No era una convicción, un deseo, era más bien una ensoñación. Como si Paco Pavón, defensa canterano del Madrid, líder de aquella filosofía, hubiera pensado algún día en marcar el golf decisivo en una Final de la Champions. No, para eso estaba Zidane.
Sin embargo, un buen día Pavon se convirtió en Zidane y, por supuesto, tuvo que ser en Madrid, dónde si no. El escenario, eso sí, no fue el Santiago Bernabéu, sino el Club de Campo Villa de Madrid. «Allí fue donde me di cuenta de que podía hacer grandes cosas. Me lo demostró el Open de España, donde gané de principio a fin», explicaba ayer el francés, nieto de español, en Torrey Pines, escenario por cierto de la explosión de Jon Rahm, por si faltaban conexiones de Matthieu con nuestro país y nuestro deporte.
Ese domingo de octubre de 2023 se obró la transformación. Matthieu, francés, se hizo Zidane. Después vinieron los cuatro birdies seguidos para acabar la Final de Dubai y conseguir así la tarjeta para el PGA Tour. Y un poco más tarde ha llegado, en su tercer torneo con la tarjeta americana, su primera victoria al otro lado del Atlántico. El primer triunfo de Francia. «Espero que de alguna manera esto sirva también de inspiración para otros golfistas franceses», señala.
Es un Zidane al que nunca se le olvidará que algún día fue Pavon. Esa es la clave del éxito, saber de dónde vienes para valorar lo que alcanzas. Matthieu lo tiene claro. Por eso tiene repletos sus libros de yardas con frases que le recuerdan lo importante que es tener fe, el sacrificio y el trabajo. Son frases de motivación que le ayudan a volver al presente. «En los seis primeros hoyos de la ronda final del Farmers creo que las leí unas cien veces…», apunta.
Todo esto ha forjado un carácter duro y casi inquebrantable que se reveló ayer en el tercer golpe del hoyo 18. Su caddie le recomendó tirar a centro de green y firmar dos putts que, seguramente, le aseguraban el desempate con Nicolai Hojgaard. Matthieu no estaba de acuerdo. Se la quería jugar. «La bola no estaba tan horrible como parecía. Pensaba que podía pegar ese tiro y darme una opción de birdie. Era posible. Sabía que era el momento para demostrar que tenía agallas para rematar la faena. Y lo hice», remata.
Sólo a Zidane se le ocurre poner la pierna a la altura de la cabeza en paralelo al suelo para meter un golpe por la escuadra en la Final de la Champions. Sólo a Zidane se le ocurre pegar ese tercer golpe para lograr la primera victoria de Francia en el PGA Tour.