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Crónica de la victoria de Jon Rahm en el Memorial Tournament

Jon, permanentemente señalado por los dioses del golf

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Jon Rahm posa con el trofeo de ganador del Memorial Tournament en 2020. © Getty Images
Jon Rahm posa con el trofeo de ganador del Memorial Tournament en 2020. © Getty Images

Por momentos (o durante dos horas, para ser más exactos) pareció que Jon Rahm (-9) iba a ganar el Memorial y a proclamarse número 1 del mundo por aplastamiento. Soplaba el viento, como estaba previsto, pero al de Barrika no se le movía ni la visera de la gorra. Cada golpe iba a su sitio, como si aquello no fuera una última ronda de un torneo de campanillas, sino una simple rutina de entrenamiento. Por delante de él, del partido estelar, la mayoría iba sufriendo, y Jon, sin embargo, se movía con una determinación marcial en un universo paralelo. El caso es que su cómoda ventaja de cuatro golpes al inicio ya era de seis una vez consumido el primer tercio de la vuelta… Y de ocho en el meridiano.

Así hemos vivido en directo la victoria de Jon Rahm en el Memorial Tournament

Ryan Palmer y Tony Finau estaban fuera de juego y ya sólo faltaba concretar la talla del traje que el español andaba confeccionando a todos después de cerrar un parcial de dos menos en nueve hoyos, que bien pudiera haber sido aún más bajo, tal era su control e inspiración (a punto estaba de embocar en el hoyo 6 un putt de casi 28 metros). Muirfield, desconcertado, dudaba si rendir también pleitesía al mozo de Barrika o aguardar paciente el primer desliz, a ver si todavía podía colar algún fantasma por la ventana de atrás.

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Pero, como suele ocurrir, los paseos dominicales en el golf de alta competición son poco menos que una ilusión. Un error en la salida del 10 iba a sacar a Jon de la burbuja de un modo inesperado y abrupto. Y al bogey en ese hoyo iba a seguir un doble bogey en el 11, tras errar de nuevo la salida en este par 5, enviando la bola al agua.

Jon había abierto la puerta. Su ventaja aún era más que confortable, pero mientras el juego de Palmer se estabilizaba y crecía, el suyo se tambaleaba por primera vez en toda la semana. Mal momento. Lo que ocurre es que Jon Rahm, lo mismo que se va, es capaz de regresar. Con la misma prestancia y naturalidad. A su disparo en el 12, par 3, que llevaba la bola a bandera por la línea más agresiva, habría que colgarle una etiqueta con una leyenda bordada que rezara: temperamento de campeón.

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Son este tipo de reacciones las que de verdad demuestran la talla de un jugador. Es cierto que ya nada iba a ser igual, pues el aplomo de la primera mitad del recorrido se había transformado en una sucesión irregular de aciertos, errores y latigazos, pero también había dejado claro el español que su genialidad aún podía marcar la diferencia.

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No hubo que esperar demasiado. Sólo hasta el hoyo 16, un par 3 temible (es el hoyo más difícil del campo y, de momento, de toda la temporada en el PGA Tour), con una bandera vertiginosa situada allá, en la esquina superior, mirándose sobre el reflejo de agua. Palmer, único rival vivo a esas alturas, era consciente de que no le quedaba otra que seguir hurgando en la herida, así que se iba directo a por el trapo y la bola salvaba los muebles por centímetros. Jon se iba largo de green, a una posición muy delicada en el rough, pues apenas tenía margen de maniobra. Pero desde allí, con un sutil juego de manos, la embocaba y, en realidad, ahora sí, cerraba el torneo. Hasta el texano lo sabía cuando le tendió la palma de la mano para felicitarlo.

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Después vendrían las imágenes a cámara lenta para determinar que la bola se había movido ligeramente cuando Jon preparaba el golpe, con la consiguiente penalidad de dos golpes. Con el último cambio de la regla en la mano, aquel que establece que sólo habría sanción cuando razonablemente se entendiera que el movimiento de la bola podía ser percibido por el ojo humano (dicho así, para entendernos), realmente no tiene mucha lógica que se aplicara la sanción, pues cuando se observa toda secuencia a velocidad y tiempo real, es imposible sentenciar que el jugador (ni nadie) realmente pueda percibir algo más que el tintineo típico de la bola cuando se encuentra en el rough. En fin, una más que dudosa decisión salomónica.

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Jon ya es número 1 y en Muirfield Village luce al fin una pica del golf español. A este chico las historias le salen redondas y en todas aparece una leyenda del golf mundial. Si no es Seve (último número 1 español hace casi 31 años), que sea Tiger (a quien batía en la Ryder), o el mismísimo Jack Nicklaus, que ahí estaba, al pie del green del 18, chocando el puño de Rahmbo por aquello del puñetero Covid.

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Y, puestos a contar historias redondas, quizá sea este el único borrón de una jornada memorable, o la foto que falta en la galería perfecta, la del abrazo con el Oso. Siempre habrá tiempo de rectificar, quién sabe si en 2021, quién sabe si todavía portando el estandarte del número 1.

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La victoria de Jon Rahm en el Memorial Tournament, en fotos