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El estremecedor relato de Gary Woodland tras ser sometido a una intervención en su cerebro hace menos de cuatro meses

«He pasado cuatro meses y medio pensando cada día que me iba a morir»

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Gary Woodland regresa a la competición esta semana en el Sony Open apenas cuatro meses después de haber sido sometido a una delicadísima operación en su cerebro. Los médicos le extirparon un tumor del tamaño de una pelota de béisbol. El relato del campeón del US Open en 2019 en Pebble Beach es absolutamente estremecedor. «Han sido cuatro meses y medio pensando cada día que me iba a morir», ha explicado en la previa del torneo de Hawái del PGA Tour.

Todo empezó dos semanas después del Masters de Augusta. Estaba jugando el Mexico Open at Vidanta. En mitad de la noche, Woodland sufrió una convulsión, dio un salto en la cama y se despertó temblando, muerto de miedo. La sensación era extrañísima. Jamás le había sucedido algo parecido. Los episodios se fueron repitiendo en el tiempo. «No me sentía yo mismo. Había muchas convulsiones, especialmente en mitad de la noche. Temblores. Las manos me temblaban mucho. Mucho miedo. Eso fue lo que más me asustó, porque soy una persona muy optimista, siempre pienso que van a pasar cosas buenas, pero tenía mucho miedo todos los días, sobre todo en torno a la muerte», ha relatado.

Obviamente, la principal sensación tras esos primeros episodios fue de incertidumbre y desconcierto. No sabía lo que le estaba pasando. «A medida que empeoraba, empecé a perder el apetito, escalofríos, no tenía energía. Empezó a ponerse tan mal que llamé a mi médico con el que he estado trece años y le pedí algo para calmarme. Era una sensación terrible de ansiedad. Estaba temblando mucho y quería descartar el Parkinson. Me hicieron una resonancia esa noche (24 de mayo, un mes después de los primeros síntomas) y salió una lesión. Parecía un tumor en mi cerebro. Empezaron a hacerme más pruebas, más resonancias magnéticas y me llevaron a un especialista en Kansas City que me lo explicó todo muy bien. Las sacudidas y todo lo que experimentaba por la noche eran convulsiones parciales. La lesión en mi cerebro estaba en la zona que controla el miedo y la ansiedad. Me dijo: «No te estás volviendo loco. Todo lo que te está pasando es normal por el tumor». Me dio un medicamento para la ansiedad. Las convulsiones continuaban, así que aumentaron la dosis. Una vez que aumentaron la dosis empezó a bajar. Empecé a perder recuerdos. Empecé a hacer muchas cosas raras, pero lo único que les preocupaba eran el miedo y la ansiedad. Cuando aumentaron la medicación mi cerebro empezó a ir más despacio y las convulsiones empezaron a parar. Eso fue bueno porque pude funcionar durante el día. Los medicamentos funcionaban para las convulsiones, pero tenía unos efectos secundarios horribles. El miedo volvió a aparecer dos semanas después y volví a hablar con los médicos. Ahí me dijeron que tenían que entrar en mi cerebro. Pensaban que la lesión estaba creciendo y cada vez ejercía más presión. Lo peor era el miedo alrededor de la muerte. Fueron cuatro meses y medio pensando cada día que me iba a morir. Tanto si iba en coche como si viajaba en avión, imaginaba maneras distintas de morir. En el Memorial me desperté una noche con una convulsión y estuve una hora agarrado con todas mis fuerzas a los lados de la cama pensando que me estaba cayendo desde las alturas y que me iba a morir».

Cinco meses después de la primera convulsión, Woodland fue a ver a un especialista en Miami que recomendó la intervención quirúrgica. «Podemos seguir aumentando la medicina, pero no está frenando el miedo. Hacer una biopsia es demasiado arriesgado por dónde está la lesión. No quería entrar más de lo necesario. Así que la cirugía y la eliminación fue el siguiente paso. No pudieron sacarlo todo, pero la buena noticia es que era benigno. Si hubiera sido cancerígeno lo habrían extirpado todo. No lo hicieron porque estaba en una zona delicada, apoyado sobre mi nervio óptico y relacionado con la movilidad de la parte izquierda de mi cuerpo. Si algo salía mal podía perder la visión o quedarme paralítico de un lado. Os podéis imaginar el miedo con el que entré en el quirófano».

La intervención fue un éxito. Estuvo dos días en la UCI y después salió andando del hospital, se metió en un coche y se marchó a casa. «La primera sensación al despertar de la operación fue de alivio porque estaba vivo, veía bien y podía mover el lado izquierdo del cuerpo. Ahora me hacen resonancias cada tres meses. Me hicieron una hace una semana y media y todo estaba estable desde la operación», ha comentado.

Woodland estuvo un mes en el sofá después de la operación. A los dos días de volver del hospital instaló en su salón un simulador de putt. La media hora de energía que tenía al día lo pasó pateando. «Lo más duro fue ver el miedo en la cara de mi hijo de seis años. Yo trataba de tener siempre la cabeza cubierta, pero cuando veía las grapas y después la cicatriz se asustaba. Pensaba que me iba a morir». A las cinco semanas empezó a hacer el swing completo y pegar bolas. Ahora está ilusionado y agradecido con la posibilidad de volver a jugar un torneo.

Muchos se preguntarán cómo fue capaz de jugar al golf en esos meses mientras se sucedían los episodios con las convulsiones y los temores. «Realmente estaba jugando muy bien al golf y era el único momento del día en el que no pensaba en lo que estaba ocurriendo fuera del campo. Para mí el golf era como un bálsamo, aunque a veces olvidara el palo que estaba pegando o pensara que estaba demasiado tiempo encima de la bola. Los resultados eran buenos, aunque me consumía toda la energía. Llegó un momento que tuve que dejar de competir, pero incluso en esas semanas antes de la operación, me iba cinco o seis horas a dar bolas porque me aliviaba, me hacía pensar en otra cosa», ha señalado.

Woodland ha estado jugando al golf antes de viajar a Hawái. Ha hablado con Butch Harmon y ha jugado algunas rondas, siempre compitiendo como equipo, junto a Matt Kuchar, el golfista que ha estado más cerca de él en este tiempo. La parte técnica está bien, su gran desafío es el aspecto mental. «Quiero ver cómo reacciona mi cerebro a una semana de concentración y presión. Es lo que más me preocupa», ha asegurado.

En principio, el tumor parece bajo control. Se supone que le han resecado todas las vías sanguíneas y está muerto, por lo que no debería volver a crecer, pero tendrá que seguir haciéndose pruebas. Mientras tanto, la gran moraleja que saca Woodland de todo esto es que «hay muchas cosas buenas en la vida y mucha gente buena dispuesta a ayudarte cuando lo estás pasando mal. No hay que tener miedo ni reparo a pedir ayuda porque la gente es buena. No quiero que esto sea un bache en mi vida. Quiero que sea un salto en mi carrera. Estoy aquí porque creo que he nacido para esto, para jugar un gran golf. Quiero volver a hacerlo. Nada va a detenerme. Creo en eso. Creo que muchas cosas grandes están por venir», ha rematado.