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Masters de Augusta 2022

Salpicón de apuntes (más o menos frívolos) de la tercera jornada

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Billy El Niño y Jesse James.
Billy El Niño y Jesse James.

A falta de la ronda final, el Masters de Augusta 2022 arroja de momento un total de 40 tarjetas por debajo del par y sólo 12 por debajo de los setenta golpes. El mejor registro de la semana son los tres sesentaysietes de Scheffler, Im y Thomas. Números de US Open.

El Augusta National, por tanto, se yergue poderoso y dominador, muy lejos de su umbral de dolor. ¿Y cuál es ese umbral, a partir del cual el viejo coloso de Georgia resopla y sufre? Las dos tarjetas de 63 golpes que se han dado en la historia, aquella de Nick Price en la tercera ronda de 1986 y la de Greg Norman, en la primera ronda de 1996, son desde luego dos dagas afiladas y aún clavadas en un costado. Además, en las 85 ediciones ya disputadas (y con la 86ª en la lanzadera final), sólo se han dado 17 tarjetas de 64 golpes. Algunas exhibiciones puntuales, como las de Tiger en su día, o las más recientes de Spieth y Dustin Johnson, quizá nos lleven a engaño, pero la fría realidad de los números dicta que hacer muy, muy pocas en este campo es realmente excepcional. Lo dicho: sólo 17 tarjetas de 64 golpes en 22.445 rondas de competición que se han disputado ya desde 1934 (el porcentaje se queda en un insignificante 0,075 por ciento).

Por cierto, hay dos jugadores en la historia del Masters que firmaron un 64 en su primera ronda de competición en el Augusta National. El primero fue Lloyd Mangrum (1940) y el segundo Mike Donald (1990). Aquello sí que rebasó y rasgó cualquier umbral de dolor…

Está bien, de acuerdo, un 64 son palabras mayores. ¿Pero y un 65? Pues tampoco vaya nadie a pensar que se ven muchos. De momento, se han firmado sólo 51 tarjetas de 65 golpes en toda la historia del Masters. Y el año que más se dieron, un total de 5, fue en la extraña edición de 2020 en noviembre, en la que el Augusta National no pudo defenderse como acostumbra. Ni siquiera se han visto demasiadas tarjetas de 66 golpes en 85 ediciones, apenas 117… El umbral del dolor del Augusta National, la zona prohibida, la que duele de verdad, se encuentra en los 64 e incluso 65 golpes. El día que alguien entregue un 62 habrá llanto y crujir de dientes.

Cameron Smith en la tercera ronda del Masters. © Golffile | Fran Caffrey
Cameron Smith en la tercera ronda del Masters. © Golffile | Fran Caffrey

Mantenemos en Tengolf una enconada disputa interna por discernir si Cameron Smith se parece más a Billy el Niño o a Jesse James. El caso es que tiene aspecto de pistolero legendario, aunque el australiano se mantenga siempre dentro de los límites de la ley. Puede discutirse que exista un parecido ‘topográfico’, pulgada a pulgada, si se permite la burda expresión, pero es innegable que los tres, Billy, Jesse y Cameron, se dan un aire. A Cameron Smith habría que fotografiarlo siempre en colores sepia, al modo del Siglo XIX, con aquellos flashazos de polvo de magnesio.

Hay que ver cómo se las arregla Jon Rahm para rematar historias redondas, incluso en una semana como esta, en la que nada le ha salido como debiera. Sin embargo, ahí vamos a tenerlo, a las 10,50 de la mañana locales (16,50, horario peninsular español), saliendo a jugar junto a Tiger Woods. Seguro que en los sueños adolescentes del jugador de Callaway apareció este partido de manera recurrente, un domingo de Masters junto a Tiger en el Augusta National, aunque puestos a soñar, probablemente salían en el partido estelar… Por algo se empieza. Es una ocasión de oro para el español de sacarse las dolorosas espinas que se le han clavado en las tres primeras rondas, que son unas cuantas.

Jon Rahm durante la jornada del sábado en Augusta. © Golffile | Fran Caffrey
Jon Rahm durante la jornada del sábado en Augusta. © Golffile | Fran Caffrey

Nos quedamos con Tiger. Ayer se descolgaba definitivamente y lo hacía además en los greenes, donde iba a sumar cuatro tripateos y un green más a cuatro putts… Terrorífico. Es posible que fuera el frío lo que sacó de punto a Tiger, o a sus manos más concretamente. El caso es que el gran campeón no era capaz de explicar qué había pasado, lo que por otro lado no deja de ser un consuelo para los millones de esforzados amateurs, a los que estas cosas nos pasan un día sí y otro también; esas jornadas de golf en las que es imposible dar con una línea, en las que la cabeza del putter pesa más (o mucho menos), en las que se nos disparan las manos, o más bien se queda parado el péndulo… “Simplemente no encontraba la manera de estar cómodo sobre la bola en los greenes. La postura, el tacto, mi mano derecha, la liberación… Simplemente no podía encontrarlo. Intenté diferentes cosas, trataba de sentir el swing y la cabeza del putter, pero nada parecía funcionar. Al final del día he tenido la sensación de haber pateado mil veces y evidentemente eso ha afectado al resultado, porque creo que de tee a green he hecho lo que necesitaba hacer”, explicaba el de Cypress.