Es sábado y está oscureciendo en Southern Hills. Los enviados especiales de Ten Golf abandonan el campo en el autobús de la organización rumbo al hotel oficial. Hay una luz bonita en el recorrido de Tulsa, pero es otra imagen la que nos llama mucho más la atención. Casi en penumbra, en el campo de prácticas, divisamos a Justin Thomas y Jim Bones Mackay, su caddie. Están solos. No queda nada más en el club. Es una estampa extraña. Hoy, después de ganar el PGA Championship, el jugador ha desvelado el misterio.
«De no ser por esa charla no estaría ahora mismo con el trofeo en las manos. Lo tengo claro. Había hecho 74 golpes en la tercera jornada y estaba mal. Tenía el ánimo bajo. No había jugado bien y necesitaba desahogarme para no llevarme a la casa esa ira negativa. Bones fue crucial», asegura.
Mackay es un caddie curtido en mil batallas. Ha estado casi toda su vida con Phil Mickelson, una personalidad volcánica con la que no es fácil lidiar. Sabía que debía sacar su lado más psicológico justo en ese momento. Y lo hizo. «Me dijo que tenía que dejar de ser tan negativo, que no fuera tan duro conmigo mismo. Esto es un Grande, el campo es difícil, las condiciones son difíciles y no somos perfectos. Se cometen errores y aún así estás en la pelea por ganar. Es más, desde que estoy contigo casi cada semana estás peleando por ganar. Deja de castigarte y permite que las cosas sucedan», relató Thomas. Y añadió: «no fue un discurso, fue una charla tranquila».
La mente de Thomas dio un giro de 180 grados tras escuchar las palabras de Bones. «Me vine arriba. De algún modo consiguió sacar todo lo positivo de mí y me dio un ánimo increíble. Fue algo muy especial. Lo estaba escuchando allí, en el campo de prácticas, anocheciendo en Southern Hills, los dos solos y me pareció un momento muy especial, casi espiritual», apuntó.
Esa charla al atardecer fue clave para construir la actitud del campeón del PGA Championship en la ronda definitiva. «Decidí no mirar ninguna pizarra de resultados. Simplemente me concentré en pegar el golpe y devolver el palo a Bones, sin pensar en el swing, en la clasificación ni en nada. Sólo miraba al golpe que tenía por delante. Bones hizo un trabajo increíble para mantenerme en el momento», apuntó.
Thomas no iba mirando la tabla de resultados, por lo que no era fácil para él saber cómo iba en la clasificación… o sí. En este aspecto recibió ayuda externa. «No tenía ni idea de cómo iba, pero cuando emboqué el putt del hoyo 12, al ver la reacción del público, el júbilo, los gritos, me di cuenta de que estaba en la pelea. Fue algo muy especial, se me puso la piel de gallina».
El campeón pensó que habría que llegar al -6 ó -7 para ganar el torneo, por eso le produjo una satisfacción muy especial su segundo golpe en el hoyo 72. «Fue increíble, un hierro 8 a la bandera para dejarme una opción de birdie. Y lo consiguió. Cuando vi salir la bola sentí una profunda emoción. Para dar estos golpes es para lo que entreno», afirma.
En cuanto a las diferencias entre esta victoria y la de hace cinco años, Thomas se puso casi metafísico. «Sólo puedo decir que es muchísimo más difícil ganar un Grande ahora que hace cinco años, sólo hay que mirar lo que ha pasado esta semana. Hay muchos más jugadores preparados. Yo estoy haciendo una buena temporada, estoy jugando muy bien y no he podido ganar hasta ahora. Es muy difícil. Por eso, cuando iba camino del primer hoyo del desempate estuve muy tranquilo. Sólo me dije: tienes que ganar esto porque no sabes cuándo va a ser la próxima vez que te pongas en una situación así».
Qué buena historia. El valor de viajar a los torneos en tiempos en los que casi todo se cubre a la distancia.