
Xander Schauffele nunca tuvo dudas de que era un gran jugador, uno de los mejores del mundo, capaz de ganar a cualquiera, de hacer las vueltas más bajas, de pegar todos los golpes. Todo eso lo sabía, pero le faltaba algo. Un detalle tan fácil de escribir en un papel como difícil de conseguir. Quería ganar más Soñaba con tocar plata más veces. Así de simple, así de complicado.
Para ello tomó una decisión muy incómoda. Stefan Schauffele, su padre y entrenador de toda la vida, se echó a un lado. Entre los dos buscaron ayuda, otra persona, una segunda opinión que los guiara en este ambicioso objetivo. El elegido fue Chris Como, curiosamente el entrenador junto al que Bryson DeChambeau revolucionó el golf hace unos años y con el que ya no trabaja. Mano de santo.
«Chris me ha ayudado mucho. Me ha aportado un par de detalles técnicos que me hacen estar más a gusto sobre la bola. Pego mejores golpes y tengo más recursos que antes. Mi padre pensó que era la persona y idónea y apostamos por él. Mi padre, como todo padre, sólo quería lo mejor para mí y la verdad es que hemos acertado de pleno», aseguraba Schauffele este domingo con el trofeo Wanamaker bajo el brazo durante su comparecencia con los periodistas.
Tanto se apartó Stefan que ni siquiera ha estado en el PGA Championship, a pesar de que antes era prácticamente la sombra de Xander en cada torneo. «Está en Hawái disfrutando. Hemos hablado toda la semana, me ha mandado mensajes muy positivos, pero está más al margen. He podido hablar con él justo antes de bajar al green del hoyo 18 para recoger la copa. Estaba llorando. Ha sido muy emocionante. Parece un ogro, pero en realidad es de lágrima fácil. De hecho, recuerdo que cuando estábamos en el sofá y Stricker ganaba un torneo, mi padre también se echaba a llorar». (Stricker es conocido por ser de lágrima fácil cada vez que lograba una victoria).
Entre esos mensajes de su padre al móvil, hubo uno el sábado por la noche, el último antes de salir a jugar. «Ponía: una gota constante es capaz de quebrar una piedra. Me lo mandó en alemán y lo tuve que traducir. Creo que es un proverbio que me define bastante bien. Todo el que me conoce sabe que soy muy obstinado, muy contante. Es clave para tener éxito», señala Xander.
Por ello, cuando le preguntan si le molestaba que le dijeran que era el mejor jugador del mundo sin ganar un major, Schauffele trataba de darle la vuelta. «Está claro que es una molestia que me lo estén preguntando todo el tiempo. Prefiero responder a preguntas con el Wanamaker a mi lado que después de haber perdido, pero realmente no me importante. Yo también lo creía. En el fondo era un halago. Yo también sabía que era muy bueno y a base de intentarlo tenía claro que acabaría llegando. La gota y la piedra. Realmente, tanto esa frase, como las derrotas anteriores que he sufrido han sido combustible para mí. Me ayudan a disfrutar ahora mucho más de este triunfo», explica.
Schauffle tiene 30 años y cuatro pasaportes diferentes. Por parte de padre es francés y alemán y por parte de madre es japonés y taiwanés. Para él, la familia es lo más importante. De hecho, más allá de que su padre haya sido su entrenador toda la vida, el creador de su swing, su hermano trabaja para él como cocinero y su tío ejerce de manager. Su familia es su núcleo. Lo más importante.
Por cierto, si algo tenía claro Schauffele cuando se colocó en el tee del hoyo 18 y vio que DeChambeau había llegado a -20, es que no quería salir al desempate contra él. «Es obvio. Si consigue pegar unos de sus drives cerrando por encima del agua iba a tener un segundo golpe con un hierro 9. Era demasiado ventaja para él», remata.