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El comedido Francesco llevaba dentro un cavalino rampante

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Francesco Molinari, ganador de la 147ª edición del Open Championship. © Golffile | Fran Caffrey
Francesco Molinari, ganador de la 147ª edición del Open Championship. © Golffile | Fran Caffrey

Francesco Molinari (-8) ha puesto al fin a Italia en el mapa de los Grandes tras ganar el Open Championship en Carnoustie con una  exhibición categórica de personalidad, exprimiendo todas las bondades de su juego de tee a green, hecho de puro granito, y superando a Tiger Woods (-5) en la jornada decisiva sin complejo alguno, sin remilgos ni distracciones, con un temple que sólo pueden manejar los grandes campeones en las grandes ocasiones (no en vano, Francesco accede como una moto y por primera vez al top-ten del ranking mundial, colocándose como número 6).

Declaraciones | La ‘Bestial’ paradoja de Molinari con Carnoustie

Hasta ahora eran 19 países los que podían presumir de tener al menos un ‘major’, hoy son veinte. Sea bienvenida Italia y la escuadra azzurra, que en golf, como en ningún otro deporte, es prima hermana de la Armada: no es casualidad que el donostiarra Pello Iguarán sea el caddie de Francesco, o que Gorka Guillén sea el agente destinado por IMG para velar por su carrera; no es tampoco casualidad que Job Sugranyes sea el caddie de Manassero, o que Renato Paratore ganara por primera vez en el circuito europeo con Iñigo Urquizu en la bolsa y que Javier Erviti lo sustituyera en esa función…

Así lo vivimos en directo: ¡¡FRANCESCO MOLINARI CONQUISTA EL OPEN CHAMPIONSHIP!!

El primer abrazo que ha dado Francesco Molinari en cuanto se ha confirmado su victoria en el Open Championship ha sido a Phil Kenyon, uno de los entrenadores de putt más prestigiosos del mundo, si no el que más en estos momentos. Así ha sido por una razón puramente circunstancial: lo ha abrazado porque era quien más a mano tenía, pues estaban ambos en el putting green, sacándole punta al estoque y soltando nervios, no fuera a ser que Xander Schauffele (-6) se desmarcara con un doble mortal con tirabuzón de última hora para salir al desempate. Minutos antes, de hecho, con quien se fundía en un abrazo era con Pello después de abrochar con un birdie de relojero el temido 18 de Carnoustie, hoy más llevadero con el viento a favor, pero intimidante en todo caso. Kenyon, sea como sea y abrazos aparte, ha sido la última pieza ensamblada en un estable equipo de trabajo, pero una pieza importante, puesto que el putt, sobre todo el putt corto, había sido demasiadas veces un lastre para el italiano en la hora de la verdad. Hasta 2018. Hasta este British en Carnoustie.

Un bravo Tiger Woods regresa al top 50 del mundo 1.275 días después

Tiger Woods en el hoyo 5 durante la jornada final en Carnoustie. © Golffile | Fran Caffrey
Tiger Woods en el hoyo 5 durante la jornada final en Carnoustie. © Golffile | Fran Caffrey

El reto no era poca cosa. No es fácil jugar junto a Tiger Woods en una última vuelta de ‘major’ saliendo en los últimos partidos. La multitud, el ruido, los movimientos a destiempo, la expectación a flor de piel, la desnudez de uno solo con su caddie frente a todo un ejército de fanáticos. Mucho menos sencillo es si resulta que el gran campeón californiano comienza pisando fuerte, dejándose ver, pavoneándose incluso en lo alto de la clasificación como Dios y el manual de los domingos de Grande mandan. El Tigre ha rugido, no deja de dar muestras de excelencia, está ahí mismo llamando a la puerta, pero aún no ha llegado a un acuerdo con el arcángel que lo guardaba y proyectaba, enorme, en el consciente e inconsciente de sus rivales. El hoyo 11 se le atravesaba en el camino y, por más que quiso, no pudo regresar. Aún le falta ese punto extra bien sea para no irse, bien para poder regresar a libre antojo. Todavía muestra signos de humana mortalidad…

VÍDEO: El tirazo de Molinari en el 18 que valió por un Open

La jornada ha sido histórica y eso no hace sino relanzar los méritos de Molinari. Cuando el partido estelar llegaba al hoyo 11 teníamos hasta seis líderes igualados en -6. Pero sólo podía ganar uno, vaya obviedad, y tenía que ser por justicia aquel que cerrara un largo y fantástico fin de semana sin un solo bogey en 36 hoyos. Jordan Spieth (-4) se iba derritiendo hoyo a hoyo, enredado todo el día en no se sabe qué maraña, como si el viento lo hubiera sacado de juego; Kisner y Chappell aguantaban estoicos hasta el tramo final, Schauffele demostraba que es un futuro ganador de Grandes, Rose venía desde atrás casi sin avisar, McIlroy iba y venía, nunca fuera de la pelea, nunca viéndose ganador (la historia de su golf en los últimos tiempos), todos luchando por cierto contra un resultado de -5 que Eddie Pepperell había dejado en la casa club horas antes de que los últimos partidos llegaran al final.

La victoria de Molinari en el Open, en una galería para el recuerdo

Francesco ha enchufado hoy esos cuatro o cinco putts cortos para salvar pares (o incluso para hacer birdies, como en los hoyos 14 y 18) que dan y quitan victorias. Demasiadas veces en su carrera tuvo que lamentar esos engorrosos y pestosos errores que tan tocado lo dejan a uno, pero no a día de hoy. El menor de los Molinari, que en 1995 contempló extasiado y al borde del síncope, en un restaurante de montaña, en Sestriere, y a través de la televisión, aquel desempate entre John Daly y Constantino Rocca en St. Andrews, ganado por el estadounidense, se emociona hoy abrazado a la Jarra de Clarete, en la que bien podrían grabar un cavalino rampante junto a su nombre, el que lleva dentro, bufando, coceando, irguiéndose, aunque nunca nadie lo habría dicho, pues su rebeldía es sólo interior y discreta, igual que el deseo ferviente de ser mejor y mejor jugador.

Así se reparte la bolsa de premios del Open Championship

Buena falta le hace al equipo europeo un ‘bicho’ así para la Ryder. Viva l’Italia, l’Italia tutta intera.

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