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A Rahm y Finau les entró una risa nerviosa: “señores, hay que seguir jugando al golf”

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Jon Rahm y Tony Finau en la jornada final del Open Championship. © Golffile | Ken Murray
Jon Rahm y Tony Finau en la jornada final del Open Championship. © Golffile | Ken Murray

La vuelta de Jon Rahm estaba más que liquidada: cuatro más en los primeros cinco hoyos y el cielo, además, se estaba poniendo cada vez más serio. El Open le había tendido su trampa centenaria y nadie sale vivo de ella cuando ya viene perdiendo pie. Como suele decirse: estaba listo de papeles. O eso parecía.

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El chico de Barrika le iba a hacer birdie al 8 y se iba a quedar muy cerca en el 9 y el 10. En ese tramo, el viento ya hacía mucho daño y el agua ya era abundante, pero él había recuperado el resuello y hasta se veía capaz de hacer daño al campo. Venía repuesto y encendido. Muy metido. Hasta que pasó lo que tenía que pasar. La mayor descarga de agua viento estaba anunciada para alrededor de las cuatro de la tarde, minuto arriba o abajo, pero se iba a adelantar media hora…

Eran las tres y media en punto cuando Jon Rahm y Tony Finau enfilaban el camino que lleva al tee del hoyo 11 y lo que allí ocurrió fue dantesco. Era como si al pie del tee estuviera esperando a cada cual un hombre con una manguera y apuntara con ella a la altura del pecho. Terrible. Bestial. Y no hay un ápice de exageración en la comparación. Porque el viento soplaba en contra y cruzado de la izquierda a una velocidad que rondaría tranquilamente los 40 ó 50 kilómetros por hora, arrojando el agua contra todo y contra todos violentamente, pues eso, a manguerazos.

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Inmediatamente, los caddies, organizaban su particular puesto de campaña, con los paraguas abiertos contra el agua y el viento. Y allí, entre gestos de incredulidad y risas nerviosas, se refugiaban los cuatro, caddies y jugadores, aguardando a no se sabe qué. O más bien sí se sabe. Como es lógico, barrían para casa, tratando de ganar tiempo a ver si aquel furor de la Naturaleza se apaciguaba ligeramente. Pero el árbitro del partido, de un modo de lo más británico, inflexible pero sin aspavientos, empapado de pies a cabeza, sin un paraguas que lo resguardara, se acercó y pronunció las palabras mágicas, las que probablemente, en una situación tan extrema, sólo se escuchen en un Open Championship, las que en todo caso nunca escucharemos en un torneo del PGA Tour, sencillas y precisas: “señores, hay que seguir”. Eso es. Había que seguir. Aunque fuera el hoyo más difícil del campo (un par 4 que hoy se ha jugado con una media superior a 4,6…) y justo les hubiera tocado a ellos en aquel momento. Ambos, Tony y Jon, iban a sacar un buen bogey adelante, y el español, a la salida del green, le decía al estadounidense: “buen par, Tony”. Porque aquello, en semejantes condiciones, era mucho más un par 5 que otra cosa. Tan solo ellos y el partido inmediatamente posterior, el de Willett y Westwood tuvieron que jugar el hoyo 11 (hay que insisitir, el más complicado del campo) en semejantes condiciones. Jon ya sabe que hay que estar preparado absolutamente para todo si se quiere ganar un Open Championship en jornada de sálvese quien pueda.

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En el hoyo 12 ya había dejado de caer agua de semejante manera. La intensidad del viento, sin embargo, incluso había aumentado. Por eso, viniendo en contra y cruzado desde la izquierda, el vasco considera que aquel driver fue su mejor golpe de toda la ronda. En efecto, iba largo y a calle. Después patearía para eagle.

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Las dos últimas grandes pruebas, casi demoniacas, iban a llegar en el 17, con el viento pegando de la misma manera en contra y cruzado de la izquierda, pero todavía con mayor fuerza. En ese punto, las rachas incluso superaban los 60 kilómetros por hora. Finau y Rahm casi se movían zarandeados por el viento subidos a ese tee tan expuesto (no es broma), y a pesar de todo Jon se las arregló para dejar la bola en calle. Minutos después, con un hierro 6 en las manos y ese huracán, sencillamente no lograba comprometerse con ningún tipo de golpe que fuera capaz de diseñar en su cabeza…

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Allí iba a caer el último bogey del día, antes de cerrar la ronda con un birdie redentor en el 18 y un baño de multitudes a la entrada del último green. Definitivamente, a Jon lo han adoptado el Irlanda.

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