La pregunta de los mil millones de dólares. Una pregunta bien larga, por cierto. ¿Qué es que lo que encontró Jon Rahm en esas horas que separan el final de su segunda vuelta y el inicio de la tercera, si es que realmente encontró algo, bien fuera un ‘clic’ técnico en el campo de prácticas, o un pensamiento lúcido en la soledad del vestuario y la ducha, o mismamente una sensación que llega difusa, ya en la cama, en duermevela, cuando uno no sabe bien si está despierto o dormido?
La respuesta suele ser mucho más prosaica en estos casos: no se dio nada fuera de lo normal ni hubo mensajes revelados por angelitos luminosos y rollizos. Tampoco, por cierto, hubo una sesión de prácticas especialmente fructífera. Rahmbo recibía ayer por la tarde-noche a su familia y amigos (que están pasando estos días en un hotel) en la casa que tiene alquilada en las cercanías del campo y lo que hubo fue una cena tranquila y mucho juego con los niños, sus hijos, Kepa y Eneko…
Pero no sólo eso. Lejos de ceremonias y solemnidades, también hubo algo de tiempo para una charla tranquila con su círculo más cercano. Y allí se le ‘recordó’ a Jon que él era el campeón del Masters y que no tenía ninguna necesidad de forzar que ocurrieran las cosas… Un buen resumen podría ser este: “Deja de intentarlo con tanta intensidad, Jon, y permite que salga tu golf”. No es la primera vez en su carrera que Jon ha tenido que recordarse que normalmente es mucho más efectivo dejar que las cosas sucedan.
Fundido en negro. Nos situamos ahora en el tee del hoyo 11. Jon llega allí considerando la posibilidad real de pegar con el driver, para tratar de llevar la bola a la entrada del green, ahora que sopla el viento a favor, o incluso al mismo green, si hay suerte con los botes y rebotes… Y es Adam Hayes, su caddie, quien le termina de dar el empujón. Le anima a hacerlo y, sobre todo, le explica por qué puede ser una buena idea hacerlo. Y allí va Jon, resuelto y libre…