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Contracrónica de la segunda jornada del US Open 2023

Ross Fisher o la remembranza de las cuestas de Finca Cortesín

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Ross Fisher
Ross Fisher, en el US Open 2023. USGA/Kathryn Riley

Del 80 son Sergio García, Justin Rose y Ross Fisher. Excelente añada. Aunque el currículum deportivo del tercero no parpadee con luces de neón respecto a los dos primeros, es un jugadorazo de muchos quilates y lo ha demostrado en sus 20 años como profesional por mucho que su última victoria en el DP World Tour date de marzo de 2014 (Tshwane Open). Desde 2006 mantiene sus galones en el Circuito Europeo y gracias a esa regularidad se ha embolsado en el Tour más de 18 millones de euros en premios, calderilla para LIV pero un buen pico para los golfistas normales, en 430 comparecencias. Ahí anda en el US Open, junto a Sergio y Justin, después de clasificarse, con Álex del Rey, en la previa europea. Alto (1,91) y ya no tan delgadito, pero aún fino, como en sus comienzos, este inglés de Ascot (a ver si un día me lleva a las carreras de caballos para quedarme pasmado con los modelitos) me rejuvenece al rescatarme el aroma de Finca Cortesín. En Casares, en los inicios de Ten Golf allá por 2009, se alzó con el triunfo en el Volvo Match Play derrotando en la final a Anthony Kim. Me encantó entonces el campo, aunque ya de aquéllas iba yo resoplando por las cuestas. Finca Cortesín espera en septiembre la Solheim Cup. El señor Fisher, que entró en el Top 20 mundial por su éxito malagueño, no estará este verano en este escarpado recorrido pero miedo me dan mis paseos por el campo casi 14 años después…

Lancemos la siguiente pregunta al aire: ¿qué haría usted si PIF le pusiera encima de la mesa un ofertón de 500.000 euros anuales, vivienda pagada y varios vuelos gratis a España por currar tres o cuatro añitos, pongamos, en Riad? Habrá quien piense que es una oportunidad inigualable para volver luego a casa con la vida resuelta y se embarque en el asunto. Otros creerán que ni por todo el oro del mundo les merece la pena irse tan lejos a un país no occidental y cuya defensa de los derechos humanos, por mucho que estén mejorando, brilla por su ausencia. La madre del cordero es que quiénes nos creemos los demás para ejercer de censores respecto a lo que no haríamos nosotros. Por más que nos disguste algo, la Policía de la Moral (¿estaremos en Teherán?) no puede estar fiscalizando cualquier decisión de las vidas ajenas. Porque… ¿quién puede presumir de unos principios intachables e inquebrantables? Los estados occidentales hacen negocios con países que se pasan por el arco del triunfo cualquier derecho fundamental, las multinacionales montan sus chiringuitos en lugares del tercer mundo para que la mano de obra cueste dos perras gordas y nosotros compramos ropa o zapatillas bien baratitas… Y así con todo. Es más, ¿desde cuándo hay torneos del Circuito Europeo en el Golfo Pérsico? ¿Finales de los 80 o principios de los 90? Y nadie ponía el grito en el cielo. Pero si Jay Monahan se dedicó a largar fiesta y a criminalizar a los que se fueron a por los petrodólares, pues luego pasa lo que pasa. Que le llaman de todo y la da un jamacuco. Por cierto, hay una noticia de última hora pésima para todos: Boris Johnson vuelve al periodismo. Y juega al golf. Lo mismo nos lo encontramos en Valderrama en dos semanas…

No hay sangría, no hay carnicería, no hay tutía. La USGA se ha ablandado y a los amantes de lo gore están indignados por los resultados en Los Angeles Country Club. Que no pegue el sol de lo lindo también ayuda a que la bola aguante en la calle y para que los greenes no sean de cristal. Lo celebraron en la primera ronda Fowler y Schauffele, profetas en su tierra y olímpicos, y también Wyndham Clark, natural de Denver (un chupito por los Nuggets), que se aupó al liderato tras los primeros 27 hoyos. Yo casi que prefiero que sea así porque me mimetizo con el sufrimiento ajeno. Soy tan buenrollista que me agradó ver a McIlroy (¡ay, esas canas que siguen brotando!) y Koepka reírse y charlando como si la polémica por LIV hubiera quedado en el olvido, aunque yo seguro que le daría palique a Matsuyama: «arigato» y «sayonara», no paso de ahí. Hasta festejé el hoyo en uno de Fitzpatrick en el 15 como si lo hubiera colado uno de los españoles. Y, como me encantan las celebraciones, me voy a un cumpleaños y ya a la vuelta, de madrugada, miro cómo terminan Rahm y compañía.

PD. Sí me ponen de mala leche los movimientos de cámara de la retransmisión televisiva de este US Open. Parece que el operario fuera yo, Dios santo.

Resultados en directo del US Open 2023