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Dos errores tan decisivos como habituales

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En la jungla del golf profesional los acontecimientos domésticos, los del día a día, te sobrepasan casi siempre por la derecha y por la izquierda. Es imposible estar a todo. Aquel jugador que un día te impresionó, hoy no levanta cabeza. No puede con la presión, te cuentan. Y aquel otro, con un juego que apenas te decía nada, resulta que se gana bien la vida con los catorce palos.

Después de miles de horas de ver golf profesional y, lo que es aún más interesante, después de miles de horas de charla con los jugadores, de verlos trabajar en la calle de prácticas y de analizar a pie de campo reacciones, paranoias, burbujas andantes en éxtasis y otras manifestaciones de perturbación mental, bien sea por el pico de la euforia (arriba, arriba), bien por el de la aniquilación de la autoestima (abajo, abajo), después de todo esto, digo, hoy me quedo con una idea para compartirla con usted, paciente lector: llegados a un nivel de juego excelente, las encrucijadas decisivas suelen aparecer en el momento de decidir por dónde debe transcurrir mi evolución.

Siempre hay un margen de mejora, nos decimos todos. Y es cierto. Pero existen en este punto dos peligros, a mi modo de ver, clarísimamente acentuados en el golf, mucho más que en cualquier otra práctica profesional deportiva.

Uno: tratar de ser quien no soy, de cambiar la naturalidad de mi swing o de mi juego (se ve mucho más de lo que parece entre los profesionales). Y dos: descuidar aquella parte del juego en la que destaco, cuando precisamente debe seguir siendo la más pulida, el asa al que siempre pueda agarrarme.