Inicio Blogs David Durán El inesperado regate final de la USGA

El inesperado regate final de la USGA

Compartir

Tanto hablar de los greenes, y con razones más que objetivas para ello, tanto brócoli y tanta coliflor, tanto referirnos todos a la firmeza y rapidez de las calles, tanto echarle la culpa al empedrado, y al final resulta que la madre del cordero estaba donde está muchas veces: en la longitud del recorrido.

La USGA, esa asociación que al parecer de algunos debe reunirse en sesiones tenebrosas de vudú, con un muñecote por jugador sobre la mesa de sacrificio y agujas podridas de herrumbre dispuestas para atravesarlos, resulta que esa USGA tiránica, caprichosa y sectaria, planteaba una cuarta jornada muy interesante, con un buen puñado de banderas más accesibles y, sobre todo, un recorrido mucho más corto para atacar algunas de esas banderas con palos más cortos. Los números no engañan: 7.497 yardas medía el campo el jueves, 7.695 el viernes, 7.637 el sábado y 7.384 el domingo. O sea: en la jornada decisiva el recorrido medía trescientas y pico yardas menos que el viernes y doscientas cincuenta y tantas menos que el sábado, que ya son yardas.

Dentro de la dificultad, que por supuesto debía seguir siendo la seña de identidad (faltaría más), el resultado de tales medidas afloraba de manera inmediata, porque estos jugones espectaculares no desaprovechan ni un palmo de terreno que les concedas: el domingo se han firmado 22 tarjetas por debajo del par y doce más al par del campo; esto es, casi la mitad de los jugadores han ganado o empatado con Chambers Bay el domingo. Una cifra de 22 tarjetas por debajo del par, decíamos, casi las mismas que el jueves (25) y más que viernes (18) con menos de la mitad de jugadores en el campo y desde luego muchísimas más que el sábado (6). Y la media de golpes ha sido de 71,2, dos golpes menos, punto arriba o abajo, que el sábado (73,13) y el viernes (73,45), que ya son golpes en una media total.

Un regate tan inesperado como convincente, porque todavía concedió un atisbo de esperanza a algunos grandes jugadores que supieran exprimir el nerviosismo y envaramiento lógico de los líderes (los ataques de Scott, Schwartzel y McIlroy, por ejemplo, fueron profundos y sostenidos). Y porque puso el acento del drama en los resbalones de unos y otros, como ocurre siempre en una jornada decisiva, pero también en los birdies del tramo final, con algunos de los aspirantes al triunfo pateando para eagle en el hoyo 72.