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La cuestión es no dejarlos nunca tranquilos…

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Wyndham Clark con el trofeo de ganador del US Open 2023. © Golffile | Pedro Salado
Wyndham Clark con el trofeo de ganador del US Open 2023. © Golffile | Pedro Salado

Wyndham Clark ha sorteado con limpieza y celeridad la encrucijada del golf profesional que más frustración y dolores de cabeza provoca al reducido grupo de jugadores que se enfrentan a ella. La del candidato permanente a ganador de majors que falla al primer intento, y al segundo, y al tercero… Y así, en algunos casos, hasta el fin de los tiempos. En otros no.

Digamos que hay jugadores a los que antes o después se les cuelga la etiqueta de serios aspirantes, bien porque parecían hechos para ganar un Grande desde que eran pipiolos, bien por su sobresaliente evolución en la jungla profesional, y que Clark, seamos francos, todavía no había alcanzado tal categoría por una u otra senda. Ni siquiera su recientísima victoria en el Wells Fargo lo había elevado a ella, como tampoco a Kitayama después de imponerse en el Arnold Palmer. Para hacernos una idea: por delante de ellos, en la cola, estaba incluso Harris English, que venía avisando precisamente en anteriores US Open y que esta semana también estaba bien colocado, ahí arriba. Y eso que English tampoco da el perfil de entrar en todas las quinielas.

El mismísimo Phil Mickelson hubo de jugar 46 majors, que se dice pronto, antes de ganar por primera vez. Qué decir de Sergio García. El Niño venía manufacturado con dos, tres, cuatro Grandes en su haber, o los que fueran. Se daba por hecho. Y el largo camino hasta aquella victoria en el Masters de 2017 (jugó 73 Grandes antes de obtenerla) iba a dejar severas cicatrices y un amargo aluvión de desengaño. “El mundo no se va a acabar si no gano un Grande”, repetía Sergio. Y tenía razón. De hecho, Westwood nunca ganó un Grande y aquí sigue el planeta, girando alrededor del sol. Pero cuesta tantísimo asimilarlo de verdad…

Hay situaciones y situaciones, por supuesto. Cada cosa a su tiempo y según un orden establecido.

La situación de Xander Schauffele y Patrick Cantlay, por ejemplo, comienza a resultar incómoda y a dejar moratones. La de Cameron Young, a quien todos de un modo u otro hemos colgado la dichosa etiqueta, todavía no. Pero que se ande con cuidado, a pesar de su juventud, porque el 2022 levantó una ola de expectativas que quedan ahí, para siempre, del modo más puñetero. Morikawa, igual que Clark, se saltó la infernal encrucijada con pasmosa celeridad, aunque él sí era ya mejor tratado en las apuestas, incluso siendo un recién llegado, como era, antes de ganar el PGA de 2020.

En el irritante club de Schauffele y Cantlay debe añadirse el nombre de Tony Finau. Y seguramente también los de Hatton y Fleetwood y hasta el de Viktor Hovland, recién ingresado. Cada major que pase sin un triunfo (y mira que es difícil ganar uno), dejará huella. O una piedra en el bolsillo. Y una no pesa, dos tampoco, pero cuando se juntan veinte o treinta el lastre se hace molesto.

Clark entra ahora, sin previo aviso, en dos contiendas diferentes. La primera: la del tipo que tiene que confirmar. Tampoco es cuestión sencilla de llevar. Ahí estuvieron en su día los Webb Simpson, Graeme McDowell, Keegan Bradley, Danny Willett y hasta los Jason Dufner, Gary Woodland o Jimmy Walker, aunque estos tres ganaron su primer major (y único hasta la fecha) algo más talluditos. La segunda: la del jugador que, una vez ha ganado un Grande, tiene que demostrarse a sí mismo, y de paso al resto, que también ha venido a pelear por una posición entre los diez mejores del mundo de una manera más o menos regular. Esto sí que son palabras mayores y en esa trinchera sí que hay navajazos.

La cuestión, como se ve, es no dejarlos nunca tranquilos, disfrutando del éxito y viendo pasar la vida. Salvo que uno se vaya a LIV, claro. Y ya, quizá, en un futuro no muy lejano, ni por esas.

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