Francesco Molinari sigue quemando etapas en la reconstrucción de su mejor versión. O al menos, de una versión de sí mismo lo más parecida a aquella de 2018 y primer cuatrimestre de 2019, sin duda alguna el tramo más exitoso de su carrera profesional. Ha pasado ya tiempo de aquello y cumplió en noviembre 41 años, pero el italiano, un estajanovista de tomo y lomo, no renuncia a verse de nuevo en la primera fila del golf mundial. Está trabajando muy duro para ello. Y también ha introducido algunos cambios importantes, sobre todo en su equipo de trabajo.
Ayer cerraba el Dubai Invitational con una ronda de 63 golpes, la mejor del día en el Dubai Creek Resort, y un quinto puesto final. Sin duda, son números excelentes, pero lo más importante para Francesco fue volver a sentir que era capaz de pegar un buen puñado de hierros, de manera repetitiva y en cualquier situación, al más puro estilo Francesco Molinari, o lo que es lo mismo, plenos de precisión. De todas maneras, como hombre prudente que es, no lanza las campanas al vuelo. “El año pasado comencé también con buenas sensaciones en la Hero Cup y a continuación en Abu Dhabi (allí terminaba quinto, igual que esta semana), pero luego el año se fue torciendo”, explica.
Prudencia toda. Y la sana intención de ir paso a paso. Pero también el alivio de comprobar que el trabajo de noviembre y diciembre está dando ya frutos. “Fueron dos meses de trabajo muy bueno. He cambiado prácticamente a todo mi equipo de trabajo y siempre cambia la manera de trabajar cuando eso ocurre, pero ha sido divertido y a mi edad está bien volver a disfrutar tanto del entrenamiento”. Molinari, en efecto, se puso en manos de un nuevo profesor de swing, el belga Jerome Theunis, y esta semana también estrenaba caddie en la bolsa, el francés Sam Bernard, que trabajó hasta el pasado mes de agosto con Matt Wallace, con quien ganó un torneo en el PGA Tour.
Le preguntábamos ayer al terminar el torneo de manera directa si sentía haber pegado algunos hierros como los de 2018 o 2019, y su respuesta era igual de directa. “Sí, sin duda. Es más divertido jugar al golf así, por supuesto. Y también me he sentido bien con el driver. Esta semana he pegado algunos golpes desde el tee que el año pasado no hubiera podido pegar por falta de confianza. El juego corto siempre estuvo ahí, lo mismo que el putter, pero esta semana ha sido muy positiva de tee a green, que es lo que más falta me hacía”.
Es más divertido jugar así al golf, decía. Y mientras lo decía, esbozaba una sonrisa, que iba de la picardía al puro alivio. Después de vivir la Ryder de Roma desde el otro lado de las cuerdas, aunque estuviera dentro del vestuario, se puso el objetivo de no retirarse sin al menos disputar una Ryder más, reconociendo que quizá la de Bethpage, en Nueva York, en 2025, sea su última oportunidad. Vueltas como la de ayer, hierros como los de ayer, ayudan a apuntalar este y otros objetivos.