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Las otras historias de la tercera jornada del PGA Championship

Inquisidores, un poquito de empatía por favor…

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Rory McIlroy - PGA Championship
Rory McIlroy, en el hoyo 9 de la tercera ronda del PGA Championship. (© Golffile | Fran Caffrey)

– Cinco horas de reloj bajo la lluvia, seis guantes colgando de las varillas del paraguas, cuatro toallas, la gorra del revés, calado hasta los huesos y jugando la tercera jornada de un Grande. Es más, peleando por la victoria, el mayor logro para un golfista. La tensión es brutal y el desgaste psicológico, devastador. En este escenario, Rory McIlroy pega el drive de salida en el hoyo 18 y la bola le sale a la izquierda, al despiadado rough de Oak Hill. Viene de hacer bogey en el 17. Nada, que toca sufrir hasta el final. Ni un segundo de tregua. La reacción de Rory es lanzar el driver al cielo, con las dos manos, casi con candidez y recogerlo antes de que caiga al suelo. Nada más. No, no es un helicóptero, ni lo ha estrellado contra el tee con rabia, no ha partido en dos la varilla, ni lo ha lanzado al interior de un arbusto. Es un simple gesto de «vaya por Dios, hasta el final pasando fatiguitas, a ver qué nos encontramos cuando lleguemos a la bola».

Justo cuando Rory lanza el palo al aire, los inquisidores de las formas en el golf saltan al cuello, le afean el gesto, se lo reprochan, no lo entienden, casi se llevan las manos a la cabeza. Niño malo, Rory, niño malo. Lo incomprensible no es lo que hace McIlroy, sino que haya gente que, aunque jamás se haya visto en una situación similar, sean incapaces de ponerse en su piel, mostrar la más mínima empatía y darse cuenta de que la frustración forma parte del deporte y que, a veces, en su justa medida y en según qué circunstancias, es inevitable sacarla. Son humanos, no máquinas. Y eso es lo que realmente conecta con el aficionado. Su humanidad. Sus debilidades. Sus frustraciones. Mostrar las emociones. La alegría, claro, la tristeza, por supuesto, y también la rabia. Insisto, siempre en su justa medida (aviso para los ofendiditos, un poco de comprensión lectora).

También tuvieron sus momentos de frustración Jon Rahm y Taylor Moore. Seguro que muchos jugadores más, pero a Rahm y Moore los cazó la tele. El español golpeó a un micrófono en el hoyo 5 y Moore, que jugaba con Larrazábal, tiró hasta tres veces seguidas su driver contra el suelo. Él sí con rabia, lo estrelló, no como Rory. ¿Es lo más bonito del mundo? Pues no, no lo es. ¿Hay que crucificarles por ello? Tampoco. Un poco de empatía, por favor. Para eso están las multas. Tranquilos, aburridos adalides de la corrección.

Brooks Koepka volvió a demostrar que no traga a DeChambeau. No lo puede evitar. Le brota. Es casi una cuestión de piel. Jugaron juntos, apenas le dirigió la palabra y no reconoció los buenos golpes de Bryson, más allá de algún comentario a regañadientes y mirando al tendido. Al final de la vuelta, no dejó muchas dudas de cómo es su relación. «¿El emparejamiento? Hizo cuatro bajo par, así que imagínate lo bien que me fue. Te seré sincero, no presto demasiada atención a con quién juego. No hablo mucho. Estoy más centrado en lo que tengo que hacer. Especialmente hoy con la lluvia, intentando mantenerme seco, hay muchas más cosas de las que preocuparse». Ni lo nombró, por si acaso. Que Koepka es serio en el campo, es una realidad, que no habla con sus compañeros de partido es mentira. Baste recordar la última jornada del Masters con Jon Rahm. Hablaron en muchas ocasiones y hasta se echaron una risas en el tee del 2 por cortesía de Patrick Cantlay.

– Tampoco parece que a DeChambeau le importe demasiado el desdén de Koepka. Es más, ni siquiera le preocupa el abucheo que recibió en el tee del 1 (con Koepka hubo división de opiniones). «No, no me importa. No es gran cosa. Lo van a hacer pase lo que pase, es Nueva York y lo espero aquí. Agradezco que el público haga eso. Está bien, no hay problema. Si recibimos aplausos, es fantástico y si no, es lo que es. Aun así, hoy ha sido divertido», afirma.

– Los ultras de LIV han aprovechado una palabras de DeChambeau para tratar de demostrar lo bien que se llevan en la liga saudí y que vienen a cambiar el mundo del golf. Son las siguientes sobre Koepka: «Tenemos un objetivo común, el crecimiento del juego, tenemos unas franquicias en las que centrarnos y también un buen golf que jugar». Vamos, que no se tragan.

– Si a Michael Block le hubieran pedido que diseñara su PGA ideal el pasado miércoles, seguro que no le habría quedado tan redondo y perfecto. El sábado jugó con Justin Rose y se lo pasó en grande tras firmar otra ronda de par. Qué gran tipo es Rose, aplaudiendo cada golpe del profesional de la PGA y ayudando para que disfrutara y fuera realmente el centro de atención del partido. Y, por si fuera poco, hoy juega con Rory McIlroy. «¿En serio?», Le respondía alucinado al periodista ayer por la noche cuando le confirmaron su emparejamiento. El sueño continúa.

Mickelson ha pasado 100 cortes en Grandes en su carrera. El registro es excepcional. Sólo tres jugadores más en la historia han alcanzado esa cifra: Nicklaus (131), Player (108) y Watson (101). Poca cosa, ya ven.

– Hay 90 pares 5 en el PGA Tour a lo largo del año que se juegan con una media de golpes inferior al hoyo 6, par 4, de Oak Hill. «Es el hoyo más difícil que he jugado en mi vida», confesaba Scheffler.

Koepka ha conseguido lo nunca visto en la historia del PGA Championship. Es la primera vez que un jugador firma dos días la vuelta más baja de la jornada. Lo hizo el viernes con 66 golpes y lo repitió el sábado con otros 66.

– La magia de Pablo Larrazábal alrededor de green se está dejando sentir en este PGA Championship. Es el tercer mejor jugador en esta parcela. Le saca al resto 1,371 golpes de media. Por delante en esta estadística sólo están Tony Finau y Eric Cole.

– Por cierto, campañita desde ya para que Justin Rose esté en Roma en la Ryder Cup.

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