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Collin Morikawa gana el Open Championship frente a un huracán llamado Jon Rahm

The Open 2021: Un grandísimo campeón y una broma macabra

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Collin Morikawa posa con el trofeo de campeón ante la clasificación del hoyo 18.

Faltan ojos y manos para recopilar y transcribir con rigor los récords y logros del joven Collin Morikawa (-15), sobresaliente y justo ganador de la 149ª edición del Open Championship en Royal St. George’s. ¿Nos hallamos ante un jugador de época? En este momento concreto, admirándolo como poderosísimo campeón y recién acaba de recoger la jarra de clarete, no queda más remedio que reconocer que lo será.

Entre otras cosas porque, si en algún momento nos dejó la impresión de ser sólo un pateador del montón, en ningún caso por encima de la media, resulta que hoy ha ganado el torneo en los greenes. Así, con el putter en las manos y enchufando todo lo que había que enchufar, desde largas, medias y cortas distancias, remataba un triunfo que una vez más se le iba deshaciendo a Louis Oosthuizen (-11) como un azucarillo en leche fría, lentamente.

No obstante, la auténtica y efervescente convulsión que se ha vivido en esta ronda final no venía del partido estelar, en el que Morikawa y Oosthuizen iban marcándose y el primero labraba su éxito hoyo a hoyo con manos y pulso de cirujano. Ocurría dos partidos por delante, donde Jon Rahm (-11), tercer clasificado al final, construía un verdadero monumento al juego de tee a green en una última jornada de Grande, una obra de arte fabulosa, imponente y bellísima. Que el morrosko de Barrika no haya podido culminar una remontada para la historia y hasta reventar el registro récord en una vuelta en un ‘major’, quizá se deba tan solo a una broma macabra…

Es obligatorio repasar con detenimiento el acta notarial de los hechos para explicar por qué se puede calificar como broma macabra una ronda de golf, o al menos a un largo y decisivo tramo de la misma. Después de abrir la vuelta con un par de manual en el hoyo 1, Jon iba a errar un putt de metro veinte en el hoyo 2 para salvar el par, luego de tirar un primer putt de birdie largo y enrevesado, ciertamente (se había dejado esa ocasión, por cierto, desde las hierbas altas…). En el hoyo 3, tampoco acertaba a enchufar un putt largo de birdie, desde unos ocho metros. En el 4, nueva ocasión errada desde unos cuatro metros, después de jugar un hoyo mayúsculo. E iba a seguir poniendo cerco a las cazoletas del recorrido inglés, siempre apoyándose en espléndidos disparos con los hierros, que se turnaban incandescentes en la bolsa, al hombro de Adam Hayes.

Otro grandísimo tiro desde el fairway en el 5 y una nueva ocasión que se iba al limbo desde unos tres metros… Una salida descomunal en el 6, par 3, y nueva opción que no convertía desde algo más de dos metros… Un eagle en el 7 que hacía justicia a sus denodados y brillantes esfuerzos, pero que bien pudo ser un albatros, y no es ninguna broma, dada la precisión y temple del hierro que acababa de empalar desde la calle… Un putt de tres metros y medio en el 8 para salvar el par que lamía el  borde, igual que el que tiraba en el hoyo 9, pero éste para birdie y desde apenas dos metros… Otro que tampoco entraba en el 10, en esta ocasión desde unos cuatro metros… Y uno más desde algo menos de tres metros, en el par 3 del hoyo 11, un verdadero monstruito al que Jon ponía el bozal con otro soberbio tiro (sólo dos birdies en este hoyo en la última jornada).

Detengámonos en este punto. A la vista de semejante despliegue en un campo exigente, ¿no resulta algo así como una broma macabra que Jon Rahm, un pateador consumado, marchara al par en el día, sin haber convertido ni un solo birdie, cuando se subía al tee del hoyo 12? Hasta aquel recodo del camino, Jon había tirado hasta seis putts que iban del metro y medio a los tres metros y medio de distancia, sin un solo acierto. Obviamente, erraba los que iban mal tirados, que alguno hubo (el de par en el hoyo 2, por ejemplo, o el de birdie del hoyo 5), pero es que no acertaba ni por casualidad (o pura estadística) con los que tiraba finos y bien tocados…

Justo por detrás del español, en el penúltimo partido, Jordan Spieth (-13) venía haciendo sus malabares, siempre arreglándoselas para no salirse de la buena senda, siempre encontrando el modo de regresar con una recuperación de mago o un purazo asesino. Su juego de tee a green iba y venía, pero su oficio de gran campeón lo mantenía en permanente formación de combate. Vaya excelente y correoso competidor. Sin embargo, su nivel de juego, putter aparte, ni siquiera se situaba en esta última ronda a la estela del de Jon (tampoco el de Morikawa, siendo el del californiano un canto a la consistencia).

Iba a salvar un buen par en el 12 y, tras el pequeño paréntesis, el festival se reanudaba: tirazo desde la calle en el 13 (birdie, al fin birdie), nuevo disparo descomunal en el 14, en línea a bandera, para dejarse una opción de eagle; otro tiro notable en el 15 después de un drivazo formidable (birdie, al fin llegaban los birdies; purazo, al fin caía un purazo), un disparo enajenante en el 16, par 3, que por momentos coqueteaba con el hoyo en uno (que no, que no es una exageración)… Y nuevas opciones de birdie, cristalinas, en los hoyos 17 y 18 con putts que ni por asomo escondían mayor dificultad que los que Jon embocó en Torrey Pines, en esos mismos hoyos, aquel domingo mágico…

Si el vasco pudo remontar su resultado en este apoteósico tramo final hasta llevarlo a un más que sobresaliente tercer puesto en la tabla fue, entre otras cosas, por lo bien que gestionó junto a Adam la frustración. La rabia y hasta la pena. En algún momento, quizá saliendo del green del 11, debieron mirarse y, tras encoger ambos los hombros, reírse y decirse: amigo, este no va a ser el día, no le demos más vueltas.

(Una broma macabra también fue, por cierto, que la bola se le moviera en el green del 14, asentada en extraño equilibrio en mitad de una pendiente, justo antes de afrontar el putt de eagle, y luego tuviera Jon que quitársela casi de encima, más pendiente de si iba a rodar de nuevo que de otra cosa…  Que no, amigo, que este no era el día).

Los Hughes, Johnson, Conners, Frittelli, Berger, Scheffler, Macyntire, cada cual en su esforzada y meritoria carrera hacia la meta, iban haciéndose pequeñitos ante el vuelo imperial del español. También Oosthuizen. Incluso Spieth, a pesar de lo eficientes que llegan a ser sus preciosos fuegos de artificio, capacidad sólo al alcance de los grandes maestros. Todos, todos de un modo u otro se hacían pequeños. Todos, salvo el poderoso ganador (cómo ha jugado al golf cada día, casi en cada hoyo, de jueves a domingo), a quien una broma macabra también libraba de un furioso incendio a retaguardia.

Un juego de escándalo, una determinación terrorífica y un putter mustio e inoportuno en el tramo largo y determinante de la ronda.

Un 61 ó 62 de récord, antológico y legendario (que no, que no hay atisbo de exageración) que trocaba en un magnífico 66. Quede constancia de todo ello en la nube y en las hemerotecas, porque en la peana de la Jarra de Clarete sólo permanecerá por los siglos de los siglos el nombre del justo ganador.

Consulta aquí los resultados finales

1 COMENTARIO

  1. Una vez más se demuestra que para jugar al golf además de entrenar mucho y hacerlo muy bien, necesitas ese poquito de suerte para que la bola acabe por entrar en el hoyo en ese buen putt que tiraste, o que el bote sea a favor cuando buscas una bandera larga y no en la cuesta arriba, en ese golpazo que pegaste pero que le falto o le sobro medio metro para ser perfecta, sigo firmemente con mi creencia que para ser un gran jugador de golf, precisas del 100% de tres factores, habilidad o talento, trabajo o esfuerzo y suerte, los porcentajes pueden variar, acepto que en algunos casos la suerte no llegue ni al 5% de ese total, pero al final la necesitas para sumar el 100%

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