Tee del hoyo 13. Rory McIlroy agarra el drive y se pone detrás de la bola. Cameron Smith ya le ha empatado en la cabeza del Open Championship. La presión es absoluta. Justo detrás de él, más allá de las cuerdas, en primera fila, hay un niño pequeño muy rubio. Es el único del público que no está con el móvil en la mano. O no tiene o no puede agarrarlo, ya que su única obsesión es que McIlroy la ponga en calle. Por eso, tiene cruzados los dedos de las dos manos. El corazón con el índice. Aprieta tanto que parece que se van a romper…
Rory complace al crío y pega un drive de película, como casi todos los de esta semana. El niño descruza los dedos en cuanto ve volar la bola de su ídolo, ríe como si no hubiera un mañana, da pequeños saltitos nerviosos y aplaude hasta romperse las manos. Es un gran momento de felicidad, aunque por desgracia no pudo ser completa. McIlroy acabó tercero a dos golpes de la Jarra de Clarete.
Rory no pudo redondear la obra maestra que hubiera sido su triunfo en el Open. Ha perdido, pero lo ha hecho con la dignidad y la entereza de los grandes campeones. Ha puesto en su lugar a Cameron Smith, al ganador, le ha dado toda la gloria y tampoco se ha castigado más de la cuenta. Sabe dónde y cómo ha perdido el Open, pero al menos lo ha hecho intentándolo. «Estoy bien, obviamente decepcionado con lo que ha pasado, pero esto es golf, es deporte, no es algo a vida o muerte. Sé que dejé escapar una buena oportunidad de ganar el Open, pero habrá más en el futuro. Es cuestión de seguir llamando a la puerta. Llevo un gran año y no me voy a deprimir por esto», aseguró poco después de firmar la tarjeta. Al fin y al cabo, Rory despide el año con cuatro top ten en los Grandes, un segundo (Masters), un tercero (Open), un quinto (PGA) y un octavo (US Open). Es la primera vez en su carrera que lo consigue.
Rory le da todo el crédito a Smith. «Creo que no jugué tan mal. Tuve mucho control en toda la vuelta, pienso que hice más o menos lo que tenía que hacer, pero esta vez me ganó un jugador mejor. Cameron ha hecho -20 y ha terminado el domingo con 64 golpes. Es impresionante lo que ha hecho», rubricó.
Sea como fuere, McIlroy tiene perfectamente localizado dónde y cómo perdió el Open. Lo sitúa en los hoyos 9, 12 y 14 y en los tiros a green. «Son tres hoyos fáciles que tienes que aprovechar. Si hubiera hecho birdie a esos tres hoyos habría ganado el Open. Ahí ha estado una parte importante. Después, cuando Smith me ha cazado en la clasificación, no fui capaz de encontrar los tiros que necesitaba y el putter se ha quedado un poco frío. He tirado buenos putts en los hoyos 14, 15, 16 y 17, pero no han entrado. Sentía que tenía que sacarlos todos por fuera del hoyo y ninguno acabó cayendo», explicó.
Perder el Open como lo ha hecho McIlroy siempre duele, pero el norirlandés tiene claro que no va a perder tiempo lamiéndose las heridas. «Me voy a levantar, me voy a limpiar el polvo de los hombros y voy a volver a intentarlo. Hay que seguir trabajando y creciendo. Voy a tomar los positivo, aprender de lo negativo y seguir adelante. Queda mucha temporada por delante y quiero acabar bien», señaló.
Rory admite que cada mañana cuando miraba por la ventana de su habitación en el Old Course Hotel veía justo la pizarra gigante amarilla del hoyo 18. Siempre se imaginaba ver su nombre en todo lo alto al final de la semana, aunque esta vez no se pudo hacer realidad. «Hay que soñar, siempre hay que soñar. Trato de imaginarme siempre arriba en la clasificación. Y lo volveré a intentar», sentenció.
Allí estará el año que viene, en Royal Liverpool, llamando de nuevo a la puerta del Open. Y allí estará también ese niño rubio, cruzando los dedos y apoyando a su ídolo. Y con un palmo más de altura.
