Más allá de su extravagantes modelos y de su vida disoluta, más allá de su lamentable estado físico y de sus maltrechas rodillas, John Daly ha sido un jugadorazo espectacular con dos Majors en sus vitrinas. Ganó el Open en el Old Course de St. Andrews hace 28 años y contó en 2021 que le ofrecieron un millón de dólares por dejarse perder y mandó a tomar vientos (por decirlo finamente) al tipo de la indecente propuesta. No ha faltado a su cita con el Abierto y se ha traído a un amiguete para que le cargue los palos. Ben Graham se llama el señor y Daly, como Nacho Elvira en Dinamarca hace unas semanas cuando se jugaba el título con un caddie local que estaba hecho un flan, ha tranquilizado a este hombre, presidente y director ejecutivo de Bell Incorporated, una empresa de Sioux Falls (Dakota del Norte) que patrocina el torneo que se disputa allí en septiembre. «Vamos a volar, quedarnos en la misma casa y pasar un buen rato. Espero poder mantenerme sobre dos piernas con esta rodilla, pero sólo quiero que Ben se divierta y no se preocupe demasiado (por ser caddie)», afirmó antes de competir el gran John, que quiere devolver a su amigo algunos favores, como quedarse en la casa de los Graham cuando va Sioux Falls, donde prepara panqueques para los niños por la mañana y bistecs en la parrilla por la noche. John no pasará el corte pero Ben volverá a casa encantado de la experiencia. Genio y figura el orondo y rubicundo estadounidense de 57 tacos.
Iba cerrando los ojos después del atracón de golf de la primera ronda y se me fueron abriendo como platos. En Movistar ofrecieron El duelo al sol, la película-documental del fantástico mano a mano entre Tom Watson y Jack Nicklaus en el Open del 77. ¡Qué espectáculo! ¡Cuánta belleza en una batalla a cara de perro! ¡Menuda última jornada con el Oso Dorado poniendo distancia y su compatriota volviendo a la carga! ¡Vaya hoyo final con ese golpe imposible de Jack entre los arbustos, ese hierrazo perfecto de Tom a medio metro de bandera, ese putt kilométrico embocado del mito rubio obligando a meterla al jugador de Kansas y ese abrazo final! ¡Y qué decir de los acalorados fans en Turnberry! Me emocionó tanto que ni sueño ni gaitas y me puse una peli: Perdición. Esperemos que no sea un mal augurio para nadie en Hoylake. De momento, Adrián Otaegui ha acabado su vuelta con dos más en el día y -2 total. Bien, aunque una pena lo del 17 tras el salidón y perdonar en el 18.
Lo contento que estaba Taichi Kho, con 22 añitos, a finales de marzo cuando hizo historia al ser el primer jugador hongkonés en adjudicarse el World City Championship en su país. La bonita historia se redondeó con un billete para The Open. Todo apuntaba a que sería farolillo rojo. Su +18 parecía definitivo, pero quietos paraos. Desgraciadamente, dos españoles estaban metidos de lleno en la pugna: Adri Arnaus y Jorge Campillo. El catalán va empatado con Kho a falta de tres hoyos; el extremeño transitaba por el 10 con +14, igual resultados que varios más. Antaño, en el Giro y en el Tour había ciclistas que luchaban por el último lugar, como cuenta Ander Izagirre en algunos de sus sabrosos textos sobre las dos ruedas. Entre 1946 y 1951, la ronda italiana otorgó al último clasificado un maillot negro y un premio en metálico que desató batallas pícaras entre algunos ciclistas de aquella Italia hambrienta durante la posguerra. Luigi Malabrocca fue un especialista del escondite: se ocultaba en los bosques, en los graneros, en los bares, mientras el pelotón volaba hasta la meta, y el periodista Marco Pastonesi escribió que un campesino de los Dolomitas vio una figura extraña rondando su granja, salió a investigar, se asomó al aljibe y encontró dentro a Malabrocca: «¿Qué haces ahí?», le preguntó. «Estoy corriendo el Giro de Italia», le respondió el corredor. En The Open, en cambio, no hay gloria ni dinero ni nada que minimice ser farolillo rojo de la tabla. No es lo mismo esconderse en el pozo que estar en el pozo…
