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Los Angeles Country Club ha dejado mucho que desear como sede del US Open

La USGA ha pinchado en hueso

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US Open 2023
El público esperando en uno de los famosos embotellamientos entre el hoyo 14 y 15. (© Golffile | Pedro Salado)

El US Open volverá a celebrarse en el North course de Los Angeles Country Club en el año 2039. Quedan 16 años para entonces. Mucho tiempo. Más que suficiente para que la USGA se ponga las pilas y convierta esta sede en un escenario a la altura del US Open. Porque este año, señoras y señores, no ha sido así. Se ha pinchado en hueso.

Lo único indiscutible es que el diseño de George Thomas remozado por Gil Hanse es espectacular. Nada que objetar. Un campazo digno de éste y de cualquier otro major. Es un trazado bonito, que entra por el ojo, visualmente muy atractivo y con hoyos muy variados. Los greenes, concretamente, son una pasada, movidos y, por momentos, desquiciantes.

Dicho esto, hay peros que poner incluso en este sentido. Concretamente, el campo ha dado menos juego de lo esperado. Sólo hay que ver los últimos 18 hoyos del domingo. Ha habido muy poco movimiento en la clasificación. Ni llegó nadie desde atrás a inquietar a los líderes, ni tampoco los de arriba sufrieron desplomes extraordinarios. Es como si no hubiera tanto margen para jugar el campo como se decía. Como si no hubieran tantas opciones. De hecho, se podría decir que la última ronda ha sido monótona, con poco birdie, casi ningún eagle y una ausencia casi total de tragedia. El campo impacta, pero en cuanto a la competición deja dudas.

Uno de los grandes ejemplos es el hoyo 15. Cuando se jugó el sábado con una distancia de 74 metros pareció que aquello iba a ser un antes y un después en el US Open y realmente fue un fiasco. Pocos birdies, pocos bogeys y casi todo pares. Los jugadores utilizando la misma estrategia. Básicamente, un muermo. Lo bueno para la USGA es que tienen tiempo por delante y la experiencia de este año para mejorar y pulir las condiciones de juego.

Para 2039, por ejemplo, ya saben que deben ser más osados con la dureza de los greenes y que las calles tiene que estar o más duras, mucho más duras, o más estrechas. Así es como realmente se premia al jugador más preciso. Hasta un jugador nada polémico como Viktor Hovland llegó a decir que el campo no es santo de su devoción.

En cualquier caso, lo peor de este US Open, pese a todo lo dicho, no ha sido la competición. Gustará más o menos que se gane el torneo con doble dígito, a éste que escribe bastante poco, pero en el campo ha dado la talla. La parte más difícil de entender ha sido el tratamiento al público. Lo decía Jon Rahm con una claridad meridiana. “No parecía un US Open. No se sentía al público. El hoyo 13, por ejemplo, me ha recordado a la época del Covid. No había nadie en aquella esquina del campo. Me gustan más otras sedes más tradicionales como Torrey Pines, Winged Foot o Pebble Beach, ahí sí que sientes al público”.

Había poca gente en el campo. La venta de entradas se ha limitado a 20.000 y no queda claro si la razón era porque no cabía más gente en un campo que está encajonado en la zona más lujosa de Beverly Hills o que los socios de este exclusivo club han presionado para que no haya tanto público externo. En este sentido, hay rumores con mucho fundamento que dicen que la mitad de las entradas han sido adquiridas por el propio club para evitar la presencia de extraños.

Mucho tendrán que cambiar las cosas en 16 años para que el público se pueda mover con más soltura. Pero mucho. Había demasiadas zonas de hoyos sin acceso, cruces muy incómodos y pasillos estrechos por donde tenía que pasar mucho público. Muy incómodo. Aunque lo peor es que ha sido el US Open con menos rugidos en mucho tiempo, en parte porque el campo al final no ha dado tanto juego con sobredosis de pares, pero también porque poca gente podía llegar hasta los greenes para seguir el juego. Es más, una cantidad importante de público se iba de los greenes antes de que los jugadores patearan con la sana intención de llegar a tiempo de colocarse bien para el siguiente hoyo.

Por último, y no por ello menos importante, la USGA debería valorar si un club exclusivo en el que hay que pagar 300.000 dólares para entrar y dónde no se puede jugar salvo que seas miembro es la mejor imagen del golf que se debe transmitir en un Abierto de los Estados Unidos. Para eso, ya tenemos el Masters y es más que suficiente.