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Michael, esta noche me vas a perdonar…

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No soy capaz de recodar si habían dado ya las doce de la noche. Tampoco recuerdo con nitidez quiénes eran sus rivales para ganar el torneo. Y mucho menos pondría en pie el resultado final. De lo que estoy seguro es de que era el domingo del Arnold Palmer Invitational de 2008. El putt jamás lo he olvidado y creo que ya será imposible por la cantidad de veces que lo he visto gracias a youtube. No es el mejor golpe de su carrera, ni el más difícil, ni siquiera el más emocionante, pero sí es el que más me marcó. Fue un antes y un después. Una revelación definitiva.

Tiger Woods llevaba mucho tiempo siendo el gran dominador del golf mundial y se encontraba en plena batalla por superar el récord de grandes de Jack Nicklaus. Así que, como comprenderán, no se trataba de descubrir nada. Sin embargo, aquel día, mejor dicho, aquella noche, me quedé varios minutos en el sofá de mi casa con los ojos como platos, con una mezcla casi perfecta de admiración e incredulidad mientras repetía: «este tío es el mejor deportista de todos los tiempos».

Era un putt de birdie, tenía unos diez metros y caía de izquierda a derecha. Necesitaba embocar para evitar el playoff y llevarse el triunfo una vez más en Bay Hill. El tiro decisivo. Todo o nada. Y Tiger lo metió. La asociación en mi cabeza fue instantánea. De repente, estaba viendo a Michael Jordan encestando uno de sus tantos tiros definitivos. La bola final. Todo o nada. Seguía en el sofá, con los ojos como platos, recordando las infinitas canastas decisivas de Jordan con los Bulls, mientras Trecet y Montes se dejaban la voz de madrugada en el micrófono.

Pensaba que nada ni nadie se atrevería a toser a lo largo de los tiempos al gran Air. Sin embargo, aquella noche, Michael, me vas a perdonar, pasaste en mi cabeza al segundo lugar del escalafón. «Este tío hacía lo mismo que él, pero en un deporte individual y en el que indiscutiblemente es mucho más difícil ganar», me repetía. Aquella victoria de Tiger en Bay Hill fue la tercera en tres torneos aquella temporada. Los especialistas ya hablaban de la temporada perfecta. ¿Sería capaz de ganar todos los torneos del año? Suena a ciencia ficción, a pamplina de periodista sensacionalista, sin duda, pero lo realmente increíble es que aquel Woods al menos te hacía dudar.

Tiger jugó seis torneos en 2008, ganó cuatro (entre ellos el US Open), quedó segundo en el Masters y quinto en el WGC de Doral. Seis torneos y seis top cinco. Aquella épica victoria en el US Open fue su último triunfo en los majors. Woods siguió haciendo cosas extraordinarias, pero ya nunca fue lo mismo. Ya nadie volvió ni siquiera a dudar de que podría ganar todos los torneos de una misma temporada, y ya no está nada claro que sea el mejor deportista de todos los tiempos, al menos en mi cabeza. Aquella noche de Bay Hill, sí.