Inicio Blogs David Durán Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial

Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial

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– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
Capítulo diez: La familia, bien, gracias

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

De repente nos quedamos en silencio. No es una pausa incómoda, ahogada, sencillamente ha sucedido así.

Guille hace lo que yo aún no me había atrevido a hacer. En lugar de asomarse sólo a la ventana, abre la puerta corredera de la pequeña terracita que da al recogido parking del hotel, el que está situado a la derecha del inicio de la calle del hoyo 1. En realidad, en línea recta estamos a menos de 150 metros del tee en el que comenzará la última batalla en unas horas.

Sólo ahora soy consciente del bullicio de Pebble. Última jornada de US Open, muchacho, qué esperabas. Mi sensación, en este preciso momento, es de pasmo, como el del esforzado peón de infantería ante el retumbar de tambores.

Hasta puede escucharse, afinando el oído, la inexorable presentación de cada partido, aunque no lleguen nítidos los nombres.

-Hoy, como ayer, hierro 4 para empezar, lo tengo claro -rompe el silencio Guille, mientras entra de nuevo en la habitación y cierra la puerta.

-Estoy de acuerdo. Y será éste el único golpe que vamos a planear de antemano, ¿te parece? -respondo-. Ayer nos fue bien así.

Llaman a la puerta. El desayuno. Son las 9:58. Quedan cuatro horas y treinta y dos minutos para mi salida. Termino de vestirme mientras Guille ya está comiendo. El segundo desayuno del día, reconoce, aunque el primero apenas consistió en un café y una galleta. No habrá un tercero, promete. Nos enredamos en un debate futbolero. Él, del Barça. Yo, del Madrid. Correcto: fútbol, fútbol. Y no retumbar de tambores.

Pero terminamos de desayunar y no tarda en imponerse un nuevo silencio. Este sí es más incómodo. De nuevo siento una ligera punzada en el cuello. Vuelvo a girarlo alarmado -pero despacio-. Me levanto y hago estiramientos sin orden ni concierto, son sólo una sucesión de actos reflejos. Vuelvo a sentarme.

Guille se postra en el suelo y lo besa. Una, dos, tres veces. Nos reímos. Una burda y exagerada imitación de Lucius Pay. En cada tee, antes de pegar cada golpe de salida, se postra y besa la hierba, ya venga cinco menos o cinco más en el día. Más que rutinas, lo suyo son ritos. Uno detrás de otro. Y hay a quien no le gustan. Muchos jugadores siguen pensando, por ejemplo, que el grito -casi un alarido- que emite durante el backsing, a través del downsing y hasta el mismo finish, no debiera permitirse. Es una técnica, un recurso de artes marciales que Lucius ha incorporado al golf y que, además, acompaña de un atrevido atrezo: cinta en el pelo, sin gorra, y un polo de mangas anchas que llegan casi a la mitad del antebrazo, al estilo kimono. Y el caso es que el invento gana adeptos poco a poco, aunque la mayoría de veteranos -yo diría que todos, salvo Tommy Fleetwood– reniegan y se hacen cruces. A dónde vamos a llegar, se interpelan escandalizados.

Alguna vez, cuando he estado bien seguro de que nadie podía verme ni escucharme, allá, en el tee del 6 del campo de Brea de Tajo, una esquina perdida de la meseta castellana, lo he puesto en práctica y debo reconocer que el resultado es más que interesante. El día que te vea pegando voces antes de endiñarle a la bola, ese día, justo ese día, dejaré de ser tu agente y tu amigo, te lo puedo garantizar, suele repetirme Carlos. Y creo que lo dice en serio.

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