Inicio Blogs David Durán Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín

Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín

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Michael Campbell. © Golffile | Phil Inglis
Michael Campbell. © Golffile | Phil Inglis
– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

Cuando Michael Campbell ganó el US Open en Pinehurst yo no había nacido. Tiempo después de aquel gran triunfo el neozelandés reveló una sencilla y astuta maña que a él le sirvió para alcanzar el éxito ante el dios Tiger, su principal e intimidante rival en la jornada dominical. No había que ser un lince para prever que las pulsaciones podían dispararse más de la cuenta en la ronda final, explicaba, así que tomó una curiosa determinación, que consistía simplemente en hacerlo todo un poco más lento desde varias horas antes de salir a jugar. Solamente eso, manejarse más despacio y suavemente a cada paso, en cada acción: peinarse con dulzura, vestirse con parsimonia, masticar pausado o quizá escuchar con atención a quien le hablara.

Hace tiempo que adopté esta costumbre, aunque no deja de ser aleatoria, quiero decir que no siempre soy consciente de ponerla en práctica. Hoy, sin embargo, era casi una obligación recrearme en ella antes de salir a jugar. Son las 11:01 AM y quedan sólo tres horas y veintinueve minutos para pegar en el tee del 1, un excelente momento de comenzar a paladear hasta el más estúpido o mecánico movimiento.

Así que no cojo, sino que tomo el pijama casi con dulzura y lo doblo, laminando cada arruga, por pequeña que sea. Si abro una puerta, la del baño, tomo el picaporte con tersa firmeza y siento crujir despacio el rudo mecanismo. Si bebo, giro el tapón de la botella con la finura del avaro que manipula los mandos de la caja fuerte, bien engrasados, clic, clic.

Los pasos, un poco más cortos y sólo algo más pausados.

Y si me ato los cordones equilibro al milímetro las lazadas.

La respiración, en parado y si estoy sólo, como ahora, más consciente y redonda.

A veces, si necesito anotar algo, procuro no dictárselo a Susy. Tomo papel y bolígrafo y escribo con caligrafía cuidada. Y recto, muy recto. En ocasiones, es más, lo necesite o no, escribo por escribir palabras sin mucho sentido, aunque puede que sea también la precisa descripción de una sensación. En todo caso, sólo por el placer de hacerlo despacio y legible, sin oprimir el lápiz entre los dedos, guiándolo. Y recto, muy recto.

Inundo la habitación de suines pausados, plenos de control, balanza perfecta.

Y cuando me lavo los dientes tomo el cepillo por la punta del mango con dos dedos, si acaso tres, como si fuera el arco de un violín, tratando de sentir como cada hilo de fluorato inteligente examina, envuelve, abraza y finalmente se deshace en cada recodo de la dentadura.

Me froto las manos sereno y suave. Y sonrío despacio. No llevo ni veinte minutos en esta dimensión paralela de terciopelo y por primera vez desde que me desperté siento en plenitud, con liberada consciencia, que hoy de verdad puede ser un gran día.