Inicio Blogs David Durán Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano

Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano

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– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

Todavía me da tiempo a contar los nueve palos de la bolsa. Es una costumbre que no he perdido de la época de amateur. No es que no me fíe de mi caddie. Es sólo un hábito programado con toda la intención, la manera de armar una última certeza antes de meterme de verdad en faena: nueve, ni uno más.

Es mi particular banderazo en la parrilla de salida, porque sólo hago la cuenta en rondas de competición. O cuando hay algo en juego, lo que sea. A mi padre, por ejemplo, se lo recuerdo antes de enfrascarnos en nuestros crispados duelos. Estás a tiempo de echarte atrás, le digo, de tomártelo con calma, de jugar sólo por el placer de hacerlo, de disfrutar de las habilidades de tu hijo, en lugar de maldecirlas. Una vez que termine la cuenta, amenazo, nada ni nadie te librará de ser despellejado hoyo a hoyo.

-Anda vereda abajo y vete a la mierda -suele responder.

Aunque una vez, la última, se quedó mirando al frente y masculló un despectivo “pobre imbécil”. Ocurrió precisamente justo después de ganar yo hace unos meses en Arabia. Luego, birdie a birdie, lo descuarticé. Pieza a pieza. Y en el green del 12, para prolongar un hoyo más su agonía, le concedí un putt de cinco metros. Estalló. Gritó y maldijo, desesperado, antes de recoger los bártulos y marcharse.

Era notorio que la situación se me había ido de las manos, no hacía falta llegar a tal grado de humillación, y no niego que el numerito me llevara a preguntarme qué clase de psicópata somete a su propio padre a semejante tortura.

No volverá a ocurrir, me lo he jurado. Aunque todavía no encuentro el modo de arrepentirme completamente de aquello. Le costó unas semanas perdonarme y aún diría que la cicatriz supura. Mi madre, de momento, no nos ha levantado la prohibición de jugar juntos, pero supongo que es sólo cuestión de tiempo que volvamos a hacerlo.

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El starter, que se había afanado en presentar a Lucius Pay como flamante ganador del último Masters de Augusta, no encuentra en mi currículo un logro de altura que pueda cantar a los cuatro vientos. Pero resuelve la tesitura con elegancia y creatividad: “el único jugador de la historia que ha firmado un 62 en un major con nueve palos en la bolsa, Yesus Urbaaaina”.  

El error en la pronunciación de mi nombre, se perdona, faltaría más. Pero a continuación, asumiendo unas competencias de showman que no le corresponden, apuntala la presentación con una pregunta retórica que no tiene tanta gracia:

-Will he be able to do it again today?

No me lo creo. Ni Guille. Ni Lucius. Tampoco nadie en la grada, hasta el punto que se produce un silencio denso y absurdo, como si todos aguardaran a que, o bien respondiera, o bien me hiciera pis encima.

Me lo tomo con calma, recreándome en esta interminable pausa dramática. Primero me dirijo a Guille en perfecto castellano:

-¿He entendido mal o este tipo ha preguntado si seré capaz de hacer hoy otro 62?

Después, sin esperar una respuesta -Guille me observa ojiplático y tieso-, seguro y pausado, recorro la grada con la vista de izquierda a derecha y termino mirando al frente. Sonrió y contesto alto y fuerte en un inglés imperfecto:

-Oh no, take it easy. Today I just want to win the US Open.

El descomunal alborozo de la grada me coge por sorpresa. Mi respuesta ha provocado un exultante jaleo que se prolonga más de lo debido. Lucius ríe abiertamente mientras menea la cabeza de un lado a otro y Guille aprieta los puños, como si su jefe acabara de enchufar un putt de diez metros. Antes de que cese la algarabía entreveo a mi padre, allá adelante y a la izquierda, en una apretada segunda fila, muy quieto, a medio sonreír y tratando de comprender qué ha pasado.

Cruzamos la mirada y él sólo levanta una mano y la menea con garbo. Como si dijera, aquí estoy por si me necesitas. De acuerdo, de acuerdo: te quiero mucho, papá. Todavía gasta hechuras de vigoroso labriego, pero ahora, fugazmente, mientras agita la ruda manaza, se me aparece como un adorable anciano, tiernamente descompasado y balbuciente.

Necesito bajar las pulsaciones, me digo. Necesito un yemazo para coronar con éxito la primera escaramuza y, mientras se apacigua el gentío, cierro los ojos dos segundos. O quizá sean tres.