Inicio Blogs David Durán Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno

Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno

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– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco
 Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

Siente el golpe preciso que pide la circunstancia, el lugar y el momento. Visualízalo con rigor. Ponte sobre la bola y, sin absolutamente ninguna consideración técnica de última hora, pega.

Lo sabemos hasta los más jovencitos: la correcta ejecución de esta secuencia de acciones asegura el éxito del golpe en un altísimo porcentaje -yo diría que en más de un noventa por ciento de los casos-, siempre que sea aplicada, es cierto, por un jugador con un nivel de juego notable. Pero incluso los hándicaps más altos se sorprenderían de los resultados.

Por desgracia, no es tan sencillo. O bien erramos en la elección del golpe que demanda la situación; o puede que la ansiedad nos atropelle y no seamos capaces de visualizarlo; o, incluso, en el último momento, ya puestos sobre la bola, todavía nos hagamos una última recomendación técnica que, en su desesperado intento de ser una red de seguridad, no es más que una puerta abierta al caos…

No es desde luego lo que me ha ocurrido a mí en el primer golpe del día de la jornada decisiva del US Open 2032. Qué alivio. Qué extraordinario alivio.

Perfecta sensación y elección del golpe con el hierro 4 en la mano. Serena visualización: la bola ha volado rumbo al margen izquierdo de la calle y el viento a favor, que soplaba desde aquel lado, la envolvía más y más según iba perdiendo fuerza hasta llevarla mansamente al centro de la calle. Y actitud zen sobre la bola: me pongo, inspiro, expiro, dejo la mente en blanco y atizo.

No sé hasta qué punto es posible escuchar con nitidez el romper de las olas desde el tee del 1 de Pebble Beach, que se encuentra a más de doscientos metros del punto más cercano de la costa, pero juraría que el batir del Pacífico es lo último -y lo único- que he percibido antes de arrancar el backswing.

Al fin, en marcha.

Hay quien lleva con soltura el peso del primer golpe del día. Suelen ser jugadores pragmáticos a los que no les cuesta entender que, en el peor de los casos, si no han ido bien las cosas, el margen de recuperación es inmenso. Tanto como diecisiete hoyos y medio. Hay quienes lo llevamos un poco peor. Ni siquiera me siento completamente cómodo cuando salgo a jugar solo -mucho menos acompañado- una ronda de entrenamiento. Es ridículo, lo sé. Si puedo, buscaré el momento de plantarme en el tee del 1 cuando no haya nadie en los alrededores. De niño, la sola idea de tener que subirme al tee del 1 me causaba auténtico pavor, y no fueron una ni dos veces las que me uní a una partida con amigos o compañeros más adelante, arguyendo cualquier excusa. Increíble, si tenemos en cuenta hasta dónde he llegado, pero cierto. Hoy, ya digo, todavía arrastro alguna secuela de aquel trauma irracional, aunque lo tengo bajo control.

Lo más curioso del asunto es que, en competición, diría que el hoyo 1 puede ser al que más birdies y recuperaciones descabelladas he hecho en mi carrera amateur y profesional. La razón de esta aparente paradoja es obvia: una vez que he pegado desde el tee, es tanto el lastre que he soltado, tanto el alivio, que lo que viene a continuación, de inmediato, se me antoja pan comido.

Sea como sea, atendiendo a mis fobias y al desarrollo tan peculiar de los acontecimientos en el tee del 1 de Pebble, y en vista de la gallardía, el temple y el control que he mostrado, camino ahora junto a Guille, rumbo al fairway del hoyo 1, henchido de gozo. No exagero: es como si hubiera descubierto un súper poder en el momento más oportuno. Una nueva habilidad que no va más allá del primer tee y que, por tanto, no gana torneos, pero reconforta.

Aún no estamos en posición y Lucius, algo por detrás y a nuestra izquierda, anda ya agachado en el rough, encima de su bola, estudiando con detenimiento el modo más adecuado de atacarla. Mucho está cavilando, así que se confirma: esa bola muy bien no puede estar.

Guille posa la bolsa. El viento sigue azotando a favor, claro, pero ahora pega de cola casi totalmente. No debería tener muchos problemas con este segundo tiro, pienso, aunque sopla fuerte de verdad. Por un momento, me siento invulnerable. ¿No sería fantástico arrancar con un birdie y enviar así a todos un mensaje claro y rotundo?

– Si estás pensando en atacar la bandera, creo que deberías olvidarte. Mucho menos con este viento tan fuerte y de cola. Chus, hay que quedarse como sea corto del hoyo, dos putts y a correr -indica Guille, preciso, cortante y convencido. Por suerte o por desgracia, yo también he hecho mis cuentas y no lo tengo tan claro. Lucius pega un tirito muy práctico y conservador, más corretón que otra cosa, pero a pesar del viento favorable, no corona y se queda a la entrada del green.

Es mi turno.