Inicio Blogs David Durán Capítulo 22: Dos puños que chocan tímidos al salir del green

Capítulo 22: Dos puños que chocan tímidos al salir del green

Compartir
– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco
 Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano
 Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

-Tenemos 127 metros al hoyo, pero el viento pega fuerte de cola y, no lo olvides, creo que nuestro objetivo prioritario debe ser picar muy por delante de la bandera, porque si algo no podemos hacer aquí es irnos por detrás -sintetiza Guille.

-Pues, fíjate, yo veo la posibilidad real de dejarla corta de bandera, por supuesto, pero más cerca, a dos o tres metros, para tener una buena opción de birdie. Veo claro el golpe. Con el 58 no llego a donde quiero, pero cogiendo bien cortito el PW y pegando sin miedo creo que lo puedo clavar. Lo veo, lo veo.

-¿Tres cuartos de pitching?

-Incluso, cogiéndolo bien corto, voy a tratar de sentir el swing entero, sin miedo.

-Como tú lo veas. Solamente asegúrate de picar corto del hoyo, Chus. Dicho lo cual, si lo ves tan claro, adelante. Vamos a por ello, máquina.

—————-

Hago en este punto un paréntesis para abundar en un aspecto que apenas he tocado de refilón. No soy lo que se dice un gran pegador, aunque tampoco voy corto para los estándares actuales. Digamos que ando un poco por encima de la media. Sin irnos muy lejos y para hacerse una idea: he pegado un hierro 4 controlado, muy suave, desde el tee con viento fuerte a favor de la izquierda y he hecho, incluida la rodada, algo más de 225 metros. Nada del otro mundo, es cierto, aunque con esta intensidad de 40 kilómetros por hora, pegando a tope, me podría ir tranquilamente a los 250 o 260 metros si el bote es medianamente generoso. Lucius, que sí pertenece al club de los bombarderos, ha salido con hierro 5, creo, también ha pegado suave y la hubiera puesto a mi altura o más larga de haber cogido pista. Es cierto que hoy son muchos los que pasan de trescientos metros con el driver en la mano casi sin inmutarse, pero la pegada no ha progresado tanto como se suponía hace diez, quince o veinte años. En este sentido ha ayudado lo suyo la evolución en el diseño de los campos, mucho más técnicos, así como su preparación para los torneos de alto nivel, en los que cada vez fue primando más la precisión y creatividad que la distancia -aunque el gran pegador siempre tenga ventaja, no lo olvidemos-.

———–

Ahora, en este instante, mientras diseño el segundo golpe del día, me centro en que la bola vuele alta y poderosa algo más de 120 metros. Más exactamente y según lo estoy planteando debería volar 122 metros, para picar unos cinco corta de bandera y ligeramente cuesta arriba, lo que le ayudará a frenarse. Quién sabe, ni siquiera descarto que pueda dejarla a un metrito del hoyo. Esa es la idea. Vengo cargado de energía positiva y algo me dice que tengo que aprovecharla. Ya habrá tiempo de contener el brío y los impulsos.

Una de las claves es calibrar correctamente la potencia del viento. Mientras me perfilo mirando al objetivo lo siento en la espalda y en la nuca con una intensidad fuerte y regular. OK. La otra clave es incluso más delicada: como quiera que voy a coger el pitching más corto, debo asegurarme de no pegar una bola demasiado limpia que luego ruede más de la cuenta en el green. Vamos allá.

————–

Puaf. Pego a la bola demasiado limpia. La dirección es perfecta, pero no hace falta ser un lince para darse cuenta de que vuela más plana de lo recomendable y no lleva la sujeción debida. Tampoco hace falta recordar que los greenes de un US Open, tan firmes, no suelen hacer la vista gorda…

Antes del aterrizaje, y como quiera que la dirección es certera, todavía me da tiempo a pedirle al azar, iluso, que la bola toque hoyo, mástil, lo que sea. Después de comprobar que no es así cierro los ojos y ni siquiera veo dónde acaba. Ha debido picar sólo unos dos metros delante de la bandera y luego ha salido muy suelta.

En un campo de golf atestado de gente, a un error suele seguir un murmullo. Y hay dos tipos de murmullo. Uno que va de menos a más y que indica expectación y hasta alborozo. Y otro que va de más a menos y expresa sencillamente contrariedad. Hoy, en Pebble, a estas alturas de la jornada, con el último partido en el primer hoyo y un líder tan destacado, el aficionado demanda sangre. Es razonable. Así que el murmullo que ha seguido a mi error es de la primera clase: expectación y alborozo. Duele.

-¿Se ha ido mucho? -pregunto a Guille sin atreverme a mirarlo.

-Lo suficiente -responde con cierto gracejo, aunque nada hiriente.

-Cojonudo.

-Nada que no pueda arreglarse -sentencia.

La inmediata y posterior sucesión de acontecimientos se desarrolla envuelta en un silencio cartujano que no es real, sólo se produce en mi mente, a cámara lenta y en siete actos.

Primero. Lucius aprocha desde la antesala del green y se queda unos tres metros corto.

Segundo. Me encuentro la bola en una posición muy fea por detrás del green. Está hundida en el rough, pero en un puñetero equilibrio flotante que incluso complica más el asunto, teniendo por delante un aprochito con una cuesta abajo pronunciada de unos seis metros hasta la bandera. Da vértigo sólo mirarlo. Hay que asegurar el contacto y jugar al bogey, recomienda Guille. Trato de hacer más de la cuenta, paso el palo por debajo y apenas muevo la bola. Nuevo murmullo de menos a más: expectación y alborozo.

Tercero. Acierto a ver a mi izquierda, al otro lado de las cuerdas, a un grupo de unos cinco o seis aficionados que celebran mi error sin apenas disimulo. La bola ahora ya no flota, sólo está hundida nueve o diez centímetros en el rough. Me tiemblan ligeramente las manos. A pesar de todo, la toco bien y juraría que la he pellizcado todo lo mejor que puede pellizcarse en tal situación, pero la bola no para. No para. No para. Tampoco toca hoyo. No para, no para. Tengo un putt de vuelta de unos ocho metros para salvar el bogey. Nuevo murmullo de menos a más. A mucho más.

Cuarto. Lucius patea. Parece que va dentro, pero la bola toca borde y sale sueltecita. Ahora tendrá un putt de vuelta cuesta abajo y de un metro para salvar el bogey.

Quinto. Trato de serenarme. Puedo embocar, me digo, ¿por qué no? Puedes enchufarlo, me dice Guille. Pero la cruda verdad es que no termino de ver clara la caída. No del todo. Además, me agarro demasiado al palo, pego muy contenido y la dejo un metro corta del hoyo.

Sexto. Lucius falla su putt. Tiene tanto miedo de pasarse que apenas toca la bola. Acaba. Doble bogey.

Y séptimo acto. También yo fallo mi putt, que era cuesta arriba, mucho más sencillo que el de Pay. He dejado la bola corta, asomada al hoyo. Pero dale, hijo, dale. El murmullo ahora va de más a menos, aunque diría que, más que contrariedad, expresa pena.

Hay un trecho de unos noventa metros hasta el tee del hoyo 2, desandando el camino y en dirección a la casa club. Inicio la marcha muy rápido y muy por delante de Guille, pero freno en seco y le espero. Mientras llega, me da tiempo a un montón de cosas. Cruzo una mirada de resignación con el caddie de Pay; luego enfoco la vista hacia la calle del 2 y veo a Jon bien colocado y dispuesto para pegar; y por último, al fin, lamento la avalancha de errores y malas decisiones que he tomado. Y me repito: ayer habría tocado el mástil y la habría embocado desde la calle. De hecho, ayer había hecho birdie aprochando también desde atrás. ¿Sería verdad que agoté en un solo día las caricias que el azar nos dispensa a lo largo de toda una década?

-Así, para empezar, no está nada mal -espeto a Guille cuando llega a mi altura. Él venía tratando de esbozar una sonrisa serena.

-Con dos cojones -contesta, mientras me pone por delante el puño, para chocarlo con el mío-. El domingo se ha puesto interesante.