Inicio Blogs David Durán Capítulo 23: Las vías abiertas de agua y los dos clavos ardiendo

Capítulo 23: Las vías abiertas de agua y los dos clavos ardiendo

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– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco
 Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano
 Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno
Capítulo 22: Dos puños que chocan tímidos al salir del green

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

Allá vamos, rumbo al tee del 2 de Pebble, arrastrando el triple bogey. Se me hace muy difícil discernir qué secciones de mi cabeza andan en ebullición y cuáles se han quedado tiesas, colapsadas. Describir las primeras y perturbadoras consecuencias del quilombo que acabo de organizar, vaya. Pero lo puedo intentar.

Durante unos segundos se me cuela un pensamiento aterrador: asúmelo, en tres o cuatro hoyos tus opciones habrán quedado aniquiladas.

Cuesta digerir un triple bogey desde el centro de la calle -le cuesta, incluso, a un hándicap 20 peleón-. Me tortura, además, la elección de la estrategia, aún más cuando Guille me había avisado de cada trampa. ¿De verdad pretendía mandar la bola a las nubes agarrando el PW tan corto? De acuerdo, es un recurso que domino con cierta solvencia, pero eso no significa en ningún caso que fuera la mejor elección.

Ay, Chus, sólo había que ponerla en green, tirar dos putts y salir corriendo.

No obstante, más que el error en el tiro desde la calle, escuece el sapo -ni renacuajo fue- en el primer intento de aprochito desde detrás del green. Qué espanto. En este punto, estoy seguro, sí que no tengo perdón de Dios. Al menos, mientras camino al tee del 2, no lo encuentro. Asegura el contacto, hay que jugar al bogey, me había dicho Guille, certero y práctico. Y no es sólo que me lo dijera, es que yo estaba plenamente de acuerdo. Sin embargo, ahí puesto, aún se me cruzó la tentación de rizar el rizo y abrí más de lo previsto la cara del palo, como tratando de calibrar, primero, si me sentía capaz de intentar ese globito de apenas un metro que dejara la bola muerta en el ante green. No terminaba de verlo claro, pero en lugar de apartarme me quedé parado más de la cuenta, se me envararon los antebrazos… En fin.

Qué espanto y qué vergüenza. Porque esa es otra, la vergüenza. Qué sentimiento más estúpido y devastador en un campo de golf. Cuántas veces, detrás de un error inesperado y absurdo, encadenamos otro por la precipitación que provoca la vergüenza. Sí, demasiadas veces lo llamamos calentón, pero es sólo vergüenza.

Hasta aquí, las vías abiertas de agua. Pero antes incluso de subirnos al tee del hoyo 2 también he encontrado dos clavos a los que agarrarme. Frágiles y al rojo vivo, pero asideros al fin y al cabo.

De entrada, reconozco que el doble bogey de Lucius ha suavizado el impacto de la hecatombe. Las cosas como son.

¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Como norma general, así me lo parece. Trato de seguir el ejemplo de los grandes campeones y entiendo que ellos pierden poco o ningún tiempo en disculpar sus errores cotejándolos con los del rival. Dicho de otro modo: su revisión de daños es personal e intransferible. Pero aquí se trata de otro asunto, oiga usted. Aquí nos estamos jugando un torneo y las calamidades de mis adversarios directos, nos guste o no, juegan a mi favor.

Por otro lado, antes incluso de plantarnos en el tee del 2, ya digo, compruebo con alivio que no me cuesta tanto digerir la nueva y abrupta situación del torneo, el hecho de que se haya abierto tan pronto. Es como si ya contara con ello. Ni en el mejor de mis sueños aparecía un domingo de picnic y paseo triunfal en Pebble Beach. A esto lo llamo yo lucidez. Es más, no sólo no tengo reparo en conocer cómo anda la clasificación ahora, sino que le pido expresamente a Guille que me ayude a consultarla. No es muy complicado hoy en día y en un major: los silenciosos drones que nos sobrevuelan -cada partido lleva al menos dos; el nuestro lleva cuatro- no dejan de levantar en el aire muros de información y estadísticas, cruzando haces de láser en prodigioso orden y concierto.

1.Chus Urbina, -7

2.Rory McIlroy, -3

2.Collin Morikawa, -3

2.Pierceson Coody, -3

5.Robert MacIntyre, -2

5.Jon Rahm, -2

5.Justin Thomas, -2

-Qué quieres que te diga, yo todavía los veo lejos -acierta Guille a decirme.

-No sabes cuánto me alegro, porque yo los siento ya subidos en la chepa -respondo. Y nos reímos. A ver, puntualicemos: lo nuestro, en este punto, es más bien un manojo de risitas nerviosas. Simpáticas, pero nerviosas. En cualquier caso, tienen un efecto positivo. Una cucharada de humildad, o de algún sucedáneo, nunca está de más.