Inicio Blogs David Durán Capítulo 24: Un señor pull, pero que muy señoreado…

Capítulo 24: Un señor pull, pero que muy señoreado…

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– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco
 Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano
 Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno
– Capítulo 22: Dos puños que chocan tímidos al salir del green
Capítulo 23: Las vías abiertas de agua y los dos clavos ardiendo

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

No hay doble bogey que arredre a Lucius Pay. Una vez estamos en el tee del 2 lo primero que hace es asegurarse de que Guille y yo escuchemos un comentario que le hace a su caddie. Habla en voz alta y nos vigila con el rabillo del ojo.

-No es el mejor comienzo, pero la única y gran verdad es que ahora estoy un golpe más cerca del líder -dice.

Nada que objetar: partió a siete golpes de la cabeza y ahora está a seis. El problema, su problema, es que no hay sólo una única y gran verdad. Cabrían algunos matices. O verdades que escoltan a esa otra verdad aritmética. Una, sobre todo: estimado Lucius, estás un golpe más cerca de la cabeza, pero entre medias se te han colado un puñado de aspirantes; hace un rato eras segundo y ahora eres octavo.

Me mira, sonríe y yo sólo me limito a encoger los hombros. Guille va un poco más lejos: tuerce el gesto de la boca y luego niega con la cabeza, una, dos, tres veces. No hay que tomárselo a pecho: en honor a la verdad, el tono de Pay no ha sido provocador. Antes bien, desprendía un tufillo de simple y serena aceptación.

Después de besar la hierba lanza suines al aire y los acompaña, cada uno, del pertinente berrido. En el backswing suena como una bisagra oxidada:

-Ieeeeeieeeeieee.

Otra cosa es el dowswing, dónde va a parar. En el tope del movimiento, cuando el palo ya está ahí, arriba, se arranca Lucius con esa clase de alarido que cualquiera identificaría con el clímax de las artes marciales:

-¡¡Yiaaaaaaaaaaaaaaah!!

Todavía en la postura pétrea del finish, como el karateca que acaba de partir en dos una pila de ladrillos, sostiene vivo un gemido:

-Uuuuauuuaa…

La salida en este hoyo 2 tiene su aquel. El viento sigue pegando fuerte de cola, aunque ahora entra ligeramente por la derecha. Es el par 4 más largo de Pebble -de hecho, es un par 5 reconvertido- y se va tranquilamente a los 470 metros, un monstruito en el que el viento favorable puede convertirse en un inestimable aliado. El problema es que, si coges el driver, la zona aproximada de aterrizaje de la bola se reduce a una anchura de apenas veinte metros en la calle, con sendos bunkers defendiéndola a izquierda y derecha. Eso sí, si coges pista picando entre el final de las dos trampas de arena, el zambombazo, con la ayuda del viento, se puede ir tranquilamente a los 340 metros, rodada incluida, y luego te puedes dejar no mucho más que un PW con este viento. Por el contrario, si no metes en juego los dos largos bunkers, eligiendo por ejemplo el hierro 4, o una maderita muy cortadita, cogiéndola cortita, la anchura de la calle casi es del doble, aunque luego tendrás un disparo a bandera de más de doscientos metros…

Lucius va a por todas. Tiene el driver en la mano. Me impongo la tarea de no mirar su bola, aunque los gestos del singapuriense y los aplausos decididos indican que le ha ido bien. Todavía anda Pay maullando, clavado en el finish, cuando entro en escena. Guille me ha tendido la madera 3 debilitada que llevamos en la bolsa y la he cogido mecánicamente, pero todavía no lo tengo claro.

-Una maderita cogiéndola corta, la pones justo delante de los bunkers, sin problemas, y luego quizá te quede un hierro 7 con este viento a favor -me sugiere.

-Buen plan. Entiendo por dónde vas, pero dame el driver -decido finalmente. Siento la necesidad de liberarme, de pegar con todo, de demostrarme que acepto el reto, que no pasa nada y que el mundo es de los valientes. Quiero tener luego un wedge en las manos en un hoyo donde normalmente, sin viento y si la salida ha sido buena, luego pegas un hierro 5 ó 6.

-De acuerdo. Sólo ten presente que esta calle cae generosa precisamente de izquierda a derecha y que si picas por el lado derecho lo normal es que acabes fuera del fairway.

Mamma mia. Me sale un señor pull. Pero que muy señoreado, tan elegante y engreído. Como quiera, además, que el viento de cola ayuda ligeramente desde la derecha, el desastre está servido. Mientras miro volar la bola, ese rectazo hacia la izquierda, me pregunto si habré metido en juego el fuera de límites que amenazaba lejano desde aquel flanco, puesto que allí lo que hay son varias mansiones alineadas con sus respectivas parcelas ajardinadas mirando al campo…

La bola pica en el rough, a la izquierda del bunker de la izquierda. No he visto más. Esperamos todos, incluidos Pay y su caddie, a que nos confirmen que un mal bote no la ha llevado al jardín de alguna mansión, en cuyo caso tendré que pegar de nuevo desde el tee. Pero hay suerte. Estoy en juego. No sé todavía cómo ni dónde, pero en juego. Cuando al fin miro a Guille, todavía anda resoplando.

-Tranquilo, en algún momento de la vuelta comenzaré a hacerte caso -me disculpo, mientras salimos del tee. Sospecho que este error me ha dejado aún más tocado que los anteriores, maldita sea mi estampa. Y sólo tengo unos trescientos metros de marcha para recomponer la figura y meterme en vereda, que va siendo hora.