Inicio Blogs David Durán Capítulo 30: Veinticinco minutos redondos, casi perfectos

Capítulo 30: Veinticinco minutos redondos, casi perfectos

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Hoyo 6 de Pebble Beach Golf Links.
Hoyo 6 de Pebble Beach Golf Links.
– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco
 Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano
 Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno
– Capítulo 22: Dos puños que chocan tímidos al salir del green
– Capítulo 23: Las vías abiertas de agua y los dos clavos ardiendo
 Capítulo 24: Un señor pull, pero que muy señoreado…
 Capítulo 25: Una línea bien trazada en el suelo
 Capítulo 26: Adri Arnaus bajaba por la calle del 16…
 Capítulo 27: Rápido, muy rápido, como todo lo bueno
 Capítulo 28: Fumando espero a Pay en el tee del 5
– Capítulo 29: Uno de los dos impostores asoma la patita

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

Veinticinco minutos, más o menos. Quizá fueran veinticuatro o veintiséis. Fue el tiempo que transcurrió desde el momento en que me cuadré para tirar el putt de birdie en el hoyo 5 -de unos tres metros y medio, Guille no anduvo muy lejos en su predicción-, hasta que salí del green del 6.

El putt del 5 era muy delicado, pero tenía muy clara la caída y toqué tan extraordinariamente bien la bola que supe que iba dentro casi desde el instante en que se produjo el impacto. Birdie.

En el 6, primer par 5, el viento del Oeste entraba ahora muy de costado, desde la derecha, y en contra, pero dibujé en mi cabeza un drive bajo, muy controlado, y salió aún mejor de lo planeado, en vista de lo bien situado que estaba, casi en el centro geométrico de la calle, y de la distancia que hizo la bola rodando, unos 275 metros de carrie en total. Desde allí tenía 194 a bandera, de nuevo con el viento de costado y en contra, y pegué un hierro 4 sin forzar maravilloso, que dejaba la bola a unos tres o cuatro metros del frente del green. Un chip made in Spain redondeaba la faena. Pareció que me iba a dejar el birdie dado, pero sólo lo pareció: la bola se había quedado casi parada a un dedo del hoyo -desde mi posición, por su lado derecho-, pero en el último momento, un oportuno golpe del viento que venía del mar la empujaba dentro. Eagle.

Veinticinco minutos casi perfectos. Yo diría que si el hierro 4 hubiera llevado la bola a green, y le faltó muy poco, hubieran sido cruda y llanamente perfectos, dadas las condiciones, el escenario y la situación. Pero no nos pongamos repelentes: el caso es que en algo menos de media hora le había vuelto a dar por completo la vuelta a la situación con un parcial de tres menos.

Durante el trayecto al tee del 7, el legendario par 3 corto de Pebble, Guille y yo nos recreamos en la clasificación: Jon Rahm había hecho birdie en el 6 y aparecía con -4, empatado con Collin Morikawa, a cinco golpes del líder, un tal Chus Urbina.

El US Open no está ganado, faltaría más, pero ahora quedan seis hoyos menos y, lo que es más importante, acabo de enviar un contundente recado al resto de aspirantes. Seguro que más de uno ya había dado ya por hecho que el jovenzuelo español se iba a diluir como un azucarillo en ácido sulfúrico…

Nos tomamos nuestro tiempo para preparar el golpe de salida en el 7. Trato de controlar las emociones y no me cuesta nada hacerlo. Todo cuadra. Los hombros liberados, los brazos ligeros, las manos sueltas, las piernas dispuestas, los pies ágiles y la cabeza diligente.

A Guille, sin embargo, lo veo nervioso, por más que lo quiera ocultar. Su reacción inmediatamente después del eagle había sido más bien neutra. Mientras yo levantaba los dos brazos en la celebración, él se había limitado a enseñarme el pulgar de una mano en señal de O.K. Como si aquello fuera ni medio normal. A eso lo llamo yo sobreactuación en la contención, si se me permite la pedantería. Tiene sentido, porque él sólo busca que nada ni nadie me descentre. El problema es que el color pálido de sus labios, no acompaña. Y mucho menos que las palabras apenas salgan de su boca en un penoso gorgoteo balbuciente.

Lejos de preocuparme, en realidad la situación me divierte. Así que pronuncio a conciencia las palabras que él nunca querría escuchar. Ahora si, Guille, ahora sí, el US Open ya es nuestro, le digo. Se vuelve alarmado, reconoce la burla, respira aliviado y responde muy bajito.

-Mira Chus, ya te puedes ir yendo al carajo.