Inicio Blogs David Durán Capítulo 33: Jack, Tom, Tiger y Chus

Capítulo 33: Jack, Tom, Tiger y Chus

Compartir
Tom Watson y Jack Nicklaus.
Tom Watson y Jack Nicklaus.
– Capítulo uno: Abro los ojos
– Capítulo dos: Jordan sólo decía ‘guau’
– Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse
– Capítulo cuatro: Tiger Woods al rescate
– Capítulo cinco: ¿de verdad seré yo el primero?
– Capítulo seis: El parné, vil y encantador
– Capítulo siete: Como un espectro blanco y difuminado
– Capítulo ocho: Los parias de este circo
– Capítulo nueve: Negro, de arriba abajo
– Capítulo diez: La familia, bien, gracias
– Capítulo once: Lucius y el golf como arte marcial
– Capítulo doce: Sin novedades en el ‘nueve’ titular
– Capítulo trece: Un milagro en tierras de Castilla
– Capítulo catorce: The Golfer who came in from the Virus
– Capítulo quince: Como si fuera el arco de un violín
– Capítulo 16: Qué gallito se pone el líder del US Open
– Capítulo 17: Todos los caminos llevan al tee del 1
 Capítulo 18: Lo que toda Norteamérica (o casi) espera de mí
 Capítulo 19: Rory, criatura, relájate un poco
 Capítulo 20: Un tierno y adorable anciano
 Capítulo 21: Un súper poder en el momento más oportuno
– Capítulo 22: Dos puños que chocan tímidos al salir del green
– Capítulo 23: Las vías abiertas de agua y los dos clavos ardiendo
 Capítulo 24: Un señor pull, pero que muy señoreado…
 Capítulo 25: Una línea bien trazada en el suelo
 Capítulo 26: Adri Arnaus bajaba por la calle del 16…
 Capítulo 27: Rápido, muy rápido, como todo lo bueno
 Capítulo 28: Fumando espero a Pay en el tee del 5
– Capítulo 29: Uno de los dos impostores asoma la patita
– Capítulo 30: Veinticinco minutos redondos, casi perfectos
– Capítulo 31: Pebble, hasta aquí hemos llegado
 Capítulo 32: El Señor del Golf y el señor de los vientos

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

Voy a tratar de andar por las ramas lo mínimo imprescindible. Así que a continuación transcribo una reveladora tertulia que tuvo lugar al pie del viejo putting green de Pebble, durante uno de los obligados parones -alguno fue tedioso, ya se sabe, las cosas de la tele- que impuso la escaleta del documental en aquella jornada de lunes, 21 de junio de 2032. No hace falta señalar que yo me sentía allí poco menos que un intruso. Anestesiado de felicidad, en las nubes, pero intruso. Diría incluso que McDowell y Woodland también se veían fuera de lugar. Es más, en algún momento de la grabación, con todos los homenajeados presentes, el norirlandés había hecho una broma que fue festejada hasta por los cámaras y operadores de luz y sonido. Nos separó a Woodland y a mí de Nicklaus, Watson, Kite y Woods, luego nos echó un brazo por el hombro, situándose en el centro de aquella pequeña piña de tres, y dijo:

-Chicos, Pebble Beach ya no es lo que era, aquí ya gana cualquiera el US Open

Pues bien, como decía, en una de aquellas pausas, aproveché para pedirle a Tiger que me firmara y dedicara gorras, bolas, polos y lo que hiciera falta. Iba yo bien pertrechado, dispuesto a molestarlos a todos y a mostrar sin recato mi lado más palurdo, consciente de la ocasión única y de que al joven y flamante ganador nadie podía negarle nada. Y mientras Woods me atendía gentilmente, volvió la cara, se fijó en que Nicklaus y Watson se habían sentado al pie del putting green, y murmuró lo que en castellano equivaldría a ese refrán que reza ‘reunión de pastores, oveja muerta’, llevándome con él al pequeño e improvisado corrillo. Yo, en un arranque de inestimable oportunismo, tal y como por otro lado llevaba haciendo todo el día, acerté a sacar el teléfono móvil antes de unirme a ellos y a dar una orden a mi asistente telemático de voz. Susy, graba. Y grabó, vaya si grabó. Limpio y cristalino.

WATSON: Eh, chico, borra ya esa sonrisa de la cara. Es hiriente. (risas). Ya no me acuerdo de cómo se sentía uno después de ganar su primer Grande. Cuéntanoslo tú. (Obviamente, se dirigía a mí, aunque no llegué a contestar, pues sólo acerté a emitir una onomatopeya, que bien podríamos transcribir así: Pffuaaafff).

NICKLAUS: ¿Te cambiarías por él?

WATSON: Sin pensarlo.

NICKLAUS: ¿Sin pensarlo ni un minuto?

WATSON: Está bien, dame 24 horas y te doy una respuesta.

NICKLAUS: De acuerdo, te doy esas 24 horas, ni un segundo más, que nos estamos haciendo mayores y no nos sobra el tiempo. (risas).

WATSON: ¿Qué estúpido renunciaría a tener de nuevo…? ¿Cuántos años tienes, Yesus?

CHUS: Cumplí 23 el pasado abril.

WATSON: Ahí lo tienes. ¿Qué estúpido renunciaría a tener de nuevo 23?

NICKLAUS: De acuerdo. No vayamos por ahí: cualquier vejestorio lo desearía. También yo, pero habría que discutir algunas condiciones.

WATSON: ¿Por ejemplo?

NICKLAUS: Umm. No es sencillo…

WOODS: Condición número uno de Jack: que le garanticen que ganaría diecinueve majors. O mejor, veinte. Que no haya empate ni dudas. (Risas, muchas risas. Tiger, con sus 19 a la espalda, no había tardado demasiado en sacar la artillería).

NICKLAUS: Oh, ¿así disparas, ingrato? Yo te enseñé el camino y así me lo pagas… (risas). Querido Tiger, cuando yo empecé a ganar majors en los años sesenta del pasado siglo, ni siquiera existía un concepto claro de lo que era un major. En Estados Unidos, por entonces, todavía había quien consideraba el Western Open como un torneo tanto o más grande que el PGA, por ejemplo. Por si acaso, gané dos Western…

WATSON: Y yo tres…

WOODS: Y yo otros tres… (Dicho lo cual, lo recuerdo muy bien, los tres hicieron una pausa burlona y se giraron hacia mí, aguardando una respuesta).

CHUS: Tranquilos. Sólo dadme un poco de tiempo. (risas).

NICKLAUS: Oh, Dios mío, Tiger, tú nunca ganaste el Western Open, aquello ya era sólo una burda degeneración. (risas y protestas de Tiger). Lo que quiero decir es que yo no tenía un objetivo claro, un número en la cabeza. Después, en los setenta, el concepto de los cuatro majors ya estaba más definido y sí tuve la conciencia de haber superado a Hogan y Player, primero, cuando gané el décimo, y luego a Hagen, cuando gané el duodécimo.

WATSON: Miradlo, aún se le encienden los ojos… ¿De verdad quieres hacernos creer que pondrías condiciones para regresar a los 23?

NICKLAUS: Puedes jurarlo.

WATSON: ¿Cuáles?

NICKLAUS: ¿Es que acaso tú no cambiarías nada? Escuchadme. Jugué 146 majors seguidos, durante más de 36 años, sin saltarme uno solo… ¿Estoy orgulloso de ello? Indiscutiblemente. Hice lo que creía que tenía que hacer. Sin embargo… (Pausa).

WATSON y WOODS: Sin embargo…

NICKLAUS: No sé. Algunas obsesiones que tuve hoy me parecen, cómo expresarlo… Os acabo de decir: hice lo que creía que tenía que hacer. Hoy, sin embargo, en la recta final de mi vida, me pregunto a menudo si no hice tantas veces lo que los demás esperaban que hiciese…

WATSON: Bueno, hay que tenerlos bien puestos para jugar… ¿Cuántos majors seguidos has dicho?

NICKLAUS: 146.

WATSON: Hay que tenerlos bien puestos. Y también un poco de suerte con la salud y las lesiones, maldito hijo de puta. (risas).

NICKLAUS: La cuestión es, Tom, si en realidad no había que tenerlos bien puestos para dejar de acudir alguna vez a la cita. Las veces que hubieran hecho falta. Y las hubo, podéis estar seguros.

WATSON: Entiendo lo que quieres decir. Pero todavía no termino de comprender cuáles son las condiciones.

NICKLAUS: Ni siquiera yo lo tengo claro, no creas. Estaría dispuesto a regresar a mis 23 años siempre que me garantizaran mi actual jerarquía de valores o prioridades.

WATSON: ¿Tu actual jerarquía de prioridades? Jack, ¿a quién quieres engañar? A mis ochenta y tantos, y no te digo a tus noventa y tantos, la simple tarea de mear a gusto y fluido ya es prioritario… (Se me escucha a mí riendo casi con estruendo, pero la risa cesa en seco, en cuanto me he dado cuenta de que me he quedado solo. Después, pausa de unos segundos. Hasta ese momento, Tiger y yo permanecíamos de pie enfrente de Jack y Tom, que estaban sentados, pero Tiger coge una silla plegada que había al lado, la abre y se sienta).

WOODS:  Creo que entiendo por dónde vas, Jack. Cuando superé tu récord de 18 Grandes…

NICKLAUS: ¿Otra vez con lo mismo? (risas perezosas, casi inaudibles).

WOODS: No, en serio, déjame que te lo cuente. Creo que tiene que ver con lo que estabas explicando. Cuando al fin ocurrió, y después de atender todos los compromisos, que no eran pocos, pasé dos días encerrado en casa algo desorientado. Relajado, desde luego. Contento, por supuesto. Pero un poco desorientado, es difícil de explicar. Ya me había pasado  otras veces. Y la gran cuestión, de un modo más o menos nítido, siempre era la misma: ¿Hasta qué punto aquel logro era de verdad trascendente?

WATSON: Eh, Yesus, ¿qué te parecen este par de filósofos llorones? Mira, vamos a hacer un experimento. Tú, que seguro que te manejas con naturalidad en la nube, consulta y dinos cuántos majors se han disputado desde que Jack se hizo profesional y hasta el mismo día de hoy. Hazlo y luego seguimos.

CHUS: De acuerdo. Jack, ¿en qué año te hiciste profesional?

NICKLAUS: Deberías mirar desde 1962, incluido. ¿A dónde quieres llegar, Tom?

WATSON: Ahora lo vas a ver. (aquí se produce una pausa obligatoria en la que los tres aguardan impacientes el dato).

CHUS: Desde 1962, incluido, hasta hoy, se han jugado 282 majors.

WATSON: Haced la cuenta: sólo entre vosotros dos habéis ganado 37 de esos 282. Mucho más de un diez por ciento, quizá llegue al quince. En estos setenta años han sido miles los jugadores que han hecho méritos para jugar algún major, es más, cientos y cientos de ellos han jugado decenas de majors cada uno Pero entre dos jugadores, sólo dos, se han llevado un quince por ciento. ¿Es o no es trascendente?

NICKLAUS: De acuerdo, juguemos a tu juego. Yesus, mira a ver cuántos majors se han jugado desde la primera edición del Open, en 1860. (nueva espera, más corta).

CHUS: Un total de 501.

NICKLAUS: Ahora, Tom, dinos cuántos has ganado tú.

WATSON: Lo sabes perfectamente: ocho.

NICKLAUS: ¿Sólo ocho? (risas de todos y protestas de Watson). Según tu manera de ver las cosas y a través de una sencilla regla de tres… Yesus, ¿podrías decirnos qué porcentaje de triunfos tiene Tom?

CHUS: Ha ganado el 1,59 por ciento de todos los majors.

NICKLAUS: Es más, Chus, ¿cuál sería tu porcentaje?

CHUS: Mis cuentas sí que son sencillas. He ganado uno de 501, así que casi he ganado el 0,20 por ciento de todos los majors. Tampoco está nada mal.

NICKLAUS: Exacto. Si tenemos en cuenta todos los jugadores que han desfilado por los majors desde 1860, yo diría que el porcentaje de Tom, y hasta el de Yesus, son algo más que trascendentes…

WATSON: Luego, me estás dando la razón…

NICKLAUS: Claro. Ya puestos, el acto de cruzar un semáforo sin resultar atropellado, también es trascendente. Quizá más, incluso, que el hecho de ganar veinte o treinta majors. Entiendo tu punto de vista, lo valoro y lo agradezco, pero trascendente, según cómo lo mires, puede serlo casi todo o casi nada. El asunto es que yo no volvería a los 23 para vivirlo todo de nuevo, salvo que me asegurasen que pudiera hacerlo desde otra perspectiva más… Escéptica.

WATSON: Yesus, tu no hagas caso a este viejo pesimista, aunque se trate del señor Nicklaus. La vida hay que vivirla tal y como viene, caerse y levantarse, sacudir y que te sacudan…

NICKLAUS: Por supuesto. Pero no hagas trampas. La vida hay que vivirla tal y como viene… Una vez. Pero no dos, si me dan a elegir. Yo, al menos, la segunda tendría que relativizarla para ser más feliz, aunque ganara sólo la mitad de los majors que gané… Mira, incluso con la mitad, ya tendría uno más que tú, Tom. (todos reímos, incluso Tom, que también exclama: touché, touché).

WOODS: No sé si yo querría regresar a los 23. ¿Puedo quedarme en los 43 y esperaros allí, quieto, veinte años? Yesus, lo siento, es emocionante todo lo que te está ocurriendo. Disfrútalo. Sólo una vez se gana por primera vez un major. Pero tampoco creas que envidio tu situación. El peso de las expectativas puede ser insoportable.

WATSON: Sobre todo si es uno mismo quien, no sólo se las pone, sino que las hace públicas cuando todavía es casi un adolescente. De eso Tiger sabe mucho…

WOODS: Es verdad. De jovencito yo era un soldado y tenía una misión. Nada más. Voy a resumirlo para no aburriros: demasiado tarde me di cuenta de que la línea que separa la ambición de la perturbación es demasiado delgada.

NICKLAUS: Amén.

(Tom Kite se acerca al grupo, acompañado del director del documental; la charla toca a su fin).

WATSONTampoco vamos a dejar al muchacho así. Yesus, bienvenido al club de los multimillonarios neuróticos y llorones, pero ahora quiero decirte algo en serio: del mismo modo que es sano relativizar el éxito y los objetivos, conviene también hacer exactamente lo mismo con las derrotas. Si no lo haces, pasarás largas temporadas en el infierno, te lo puedo garantizar.

CHUS: Tomo nota.

(Ante la llegada de Kite y el director se produce un silencio de unos cuantos segundos, que recuerdo extrañamente incómodo).

KITE: Ok. Ya veo que estáis arreglando el mundo.

WATSON: No, sólo tranquilizábamos al joven español. Le decíamos que no tenga prisa, que disfrute del proceso y que al fin y al cabo ya ha ganado los mismos majors que Tom Kite, que es toda una leyenda… (risas, burlas y más risas, ante el estupor de Kite).

Aquí termina la grabación. Fueron exactamente siete minutos y treinta y ocho segundos. Insisto: más allá del increíble documento que supone para mí, mentiría si afirmase que cambió mi vida. No lo hizo, pero, de una manera u otra, sí tuve presentes algunas de las cosas que allí se dijeron durante los tortuosos meses que siguieron tras mi regreso a España. Además, hubo gestos -de terrible cansancio y hastío, por ejemplo- y miradas que no pueden transcribirse como las palabras.

Unas cuantas horas más tarde, al finalizar aquella jornada de homenaje y televisión, al pie del 18 de Pebble, Jack Nicklaus aún encontró el momento de rematar la faena. No vivas la vida que otros quieran que vivas, me dijo.